sábado, 31 de diciembre de 2016

Entre dos años, y unos libros (Palabras para Victor)


Creo que no ha sido un mal año. Por ejemplo, supe  este 2016 que existía la séptima función del lenguaje, gracias al libro de Laurent  Binet, que se llama así, La séptima función del lenguaje. Y  siempre podré presumir de haber hablado, por fin, con Enrique Vila-Matas y de  contar, hasta el agotamiento, que Paula de Parma me dijo que a él le había gustado lo que escribí. Este año caí otra vez en sus redes  (y en la confusión de historias, situaciones  y personajes) con  Marienbad eléctrico  y Porque ella no lo pidió. Se  me revolvió la conciencia y me hice muchas preguntas sobre dónde está el límite de nuestra resistencia con La zona de interés de Martín Amis. En  pleno verano, La España vacía de Sergio del Molino, tuvo el efecto de un gran viaje hacia el interior y a los lugares de un país  que guardamos idealizado. Y aunque a él, al autor, no le gustaría  nada esa comparación, el efecto de ese libro   fue similar al  que me provocaron hace décadas los cuatro tomos de Gárgoris y Habidis  de Sánchez Dragó. Los buenos libros te llevan a otros. La España vacía me llevó a El Viaje de don Quijote, de Julio Llamazares, que  incluye una referencia Boquiñeni, el único lugar al que he viajado físicamente este año y en el que paso la mayor parte de mi imaginario.  Allí, en un bar de Boquiñeni,  hablé, en junio,  con  David Garcés, el  promotor de Zarracatalla, un proyecto de escritura coral. Por ejempo, Tay Todos. Un libro  breve,  La oposición, de Alfonso Mateo-Sagasta me inyectó mi droga favorita, la de la confusión en el espacio tiempo. Y una posibilidad seductora e  inquietante, que  la Historia es un género literario y que el presente no es consecuencia del pasado, sino que (más bien) del modo en que contamos el pasado es consecuencia del presente. Acabo el año, con las últimas páginas de Patria, de Fernando Aramburu, un puzle  que,  encajadas todas las piezas,  muestra lo que fue el universo vasco en tiempos de ETA. Creo que empezaré 2017 con The Time of mi Life, de  Hadley Freeman; un regalo especial  que viene con una esperanzadora proclama en su solapa: “Un ensayo sobre cómo el cine de los ochenta nos enseñó a ser más valientes, más feministas y más humanos”.
  Los años pueden ser muchas cosas, también los libros que lees, o por qué los lees. Y todas las respuestas a preguntas sobre cómo llegaron hasta ti, o a dónde te llevaron, o quién te los regaló, o quiénes han estado a tu lado cuando los leías.

Empieza un nuevo año y pienso en Victor. Ha cumplido cinco, es el nieto de mi hermana y eso me lleva a pensar que estoy en la edad de ser abuelo. Supongo que, por eso, llevo con  orgullo (o no sé cómo llamarlo) lo que me contaron el otro día, y que ahora desvelo ante la puerta de 2017: que había sido “el primero de su clase” en aprender a leer. Y que mientras el resto estaba con letras y sílabas, él ya  iba por las palabras y por las frases enteras.  Y delante de mí  le dieron un periódico y leyó enterito el titular grande de la portada. Y, en ese momento, me dije que ya tengo motivos para felicitar el año nuevo.

No sé cuando te llegará, pero ya te digo, entre dos años, que algún día sabrás, Victor, que me diste la idea sobre lo que tenía que contar cuando arrancara  2017, que  tiene que ser el año de los pequeños gestos, el año de las pequeñas victorias  y de las pequeñas cosas, el año de las minúsculas, que son las más grandes. Es verdad que lo empezaremos  con los peores temores sobre un grandullón, el próximo presidente de los Estados Unidos de América (que  tomará posesión coincidiendo con las imaginarias fiestas de Palma) y hasta viviremos con el alma en vilo sobre hasta dónde lo aguantarán allá. La buena noticia es que columnas de mujeres van a salir a la calle en Washington, Boston, New York y California (y, seguramente en toda Europa,  y también en España)   para  recordarle que están allí y que el mundo es, preferentemente, de ellas. Ellas, como siempre ha ocurrido, nos ayudarán a recordar que este 2017 tienen que ir cayendo barreras e ideas preconcebidas. Allá, pero también aquí.
Este 2017 será el año de las minúsculas, que son las más grandes.
Caerán, por ejemplo, las mayúsculas. Y, con ellas, las frases hechas y los plurales mayestáticos a la hora de contar la Historia. Este 2017 no nos quedará más remedio que organizarnos individualmente. Yo, tú, él, ella, nosotros y nosotras. Y vosotras y vosotros. Y ellas y ellos. Este es un año que nos tiene que dar, desde la tranquilidad relativa,  para reflexionar sobre qué nos ha pasado en el anterior. De cómo, por lo que se refiere a este país, dejamos escapar  la oportunidad de cambiar el mapa político. Habrá que preguntarse si hicimos todo lo necesario, y si nos equivocamos. O si de verdad queríamos que nada cambiase. Yo, tú, él ella, nosotros y nosotras vamos a empezar a cambiarlo todo desde abajo, como hormigas minúsculas. Creímos, por un momento, que los nuevos dioses venían con algo nuevo que decir o que hacer. Y no lo hicieron. Algunos querían volar alto y se quemaron. Otros se cortaron la cabeza y las manos en guerras que no explicaron. Y ahora es nuestro turno. Queda mucho por hacer. Mucho que escribir. Y mucho que leer. Espero que sea contigo, Victor. Feliz 2017.


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