jueves, 23 de abril de 2020

‘Mary Poppins’, de Pamela Lyndon Travers (y una pasada por la película de Walt Disney)

Guardaré en esta ‘Caja de Cosas’ momentos de estos días; momentos de la pandemia de la Covid 19 y momentos del estado de alarma que nos está cambiando y nos cambiará. Guardaré aquí (claro que lo haré) retales de esta historia que escribimos todos y todas al mismo tiempo. Desde que empezó el estado de alarma, anoto todo lo que puedo en un cuaderno de tapas rojas. Ahora tengo más tiempo para mí (es la consecuencia de un ERTE en la empresa para la que trabajo y que edita el periódico en el que escribo) además del tiempo que dedicó, con más fortuna que millones de personas, a buscar historias que contar. Pero eso de meter en este blog situaciones, interpretaciones y preguntas sobre lo que está pasando quedará para más adelante.

Hoy hay que estar a lo que hay que estar. Es el Día del Libro y quiero fijarme en uno y recomendarlo sin duda. Es ‘Mary Poppins’, de Pamela Lindon Travers. Es de Alianza Editorial, de su colección El libro de bolsillo y la edición es de 2019. Lo compré días antes del inicio del estado de alarma y lo he leído metido en éste y bajo su influencia. De no ser por lo que está ocurriendo, algunas partes de la historia se me habrían pasado y otras las hubiera entendido de otra manera. P. L. Travers ( la autora firmó así para ocultar su nombre por ser mujer) lo publicó en 1934. Todo el mundo sabe que Walt Disney lo adaptó años después al cine y que no es posible imaginar a Mary Poppins sin ver a Julie Andrews. Por eso daré, también, una pasada por la película.

Cuando lees un libro es como si nadie lo hubiera leído antes. Eso forma parte de la magia que tiene la lectura.Todo lo que ocurre con (o en) un libro es como si ocurriera por primera vez y te sientes la obligación de contarlo y compartirlo. Aunque lo que vas a contar pueda saberlo todo el mundo. Por ejemplo, que nadie dice ‘supercalifragilísticoespialidoso’ en el libro. Y que aunque el señor Banks trabaje en un banco, no se lleva a su hija Jane y a su hijo Michael porque se lo haya pedido Mary Poppins. Ni tampoco Michael se niega a entregar sus dos peniques y la lía parda. Eso sucede en la película pero, inevitablemente, tuve que relacionarlo con lo que pasa fuera del libro después de la polémica sobre dónde hay que llevar a ‘los niños’ en tiempos del coronavirus.

Michael y Jane Banks viven, sí, en el número 17 de la calle del Cerezo. Pero tienen una hermanita y un hermanito con los que no contó Walt Disney. Son dos bebés que cumplen un año en mitad de la novela. Se llaman John y Barbara. Hasta que cumplen un año y les salen los dientes, no sólo se hablan entre sí, sino que (además) entienden el lenguaje de los estorninos y los demás pajaritos, que también conoce Mary Poppins. Antes de cumplir un año, Barbara y John se preguntan que cómo es posible que Michael y Jane ya no sean capaces de entender su lenguaje y que la señora Banks únicamente gesticule, les hable con diminutivos y emita sonidos guturales tipo gugú y cosas parecidas en vez de conversar. Es un capítulo precioso que, leído en estos tiempos en que también hemos descubierto que hay pájaros, cobra un significado especial. Bueno; el señor y la señora Banks tienen un papel totalmente secundario en la novela.

La ‘peli’ tampoco recoge la historia de Andrew y Alondra. Andrew es un perro (¿un perro además de pájaros y niños en el libro breve que me ha entretenido dos de los días del estado de alarma?); Andrew, digo, es un perro y Alondra una ‘señorita’ que lo tiene muy mimado. Apenas le deja salir, si nos es con ella, y lo viste de forma muy rara. Andrew se escapa un día porque se ha encariñado de un perro aparentemente vagabundo. Se va, vuelve con él a casa y le lanza un ultimato a la ‘señorita Alondra’: o él se queda en casa y Alondra acepta las condiciones de Andrew (que no le obligue a comer nata en las comidas ni salir a pasear ‘con abriguitos de colores’) o no le vuelve a ver.

Mary Poppins’ es un canto a la libertad y a la imaginación que la película completa y pone música y canciones. Se complementan pero el cine no llega a algunos momentos del libro pese a añadir otros inolvidables. Ni la historia de la brújula que permite dar la vuelta al mundo sin moverse de la habitación ni el momento brillante que relata qué hacen los animales del zoológico cuando llega la noche y algún humano se ha olvidado de salir, han llegado a la película. Ni tampoco la pregunta de Mary Poppins: “¿Acaso no sabéis que todo el mundo tiene su propio país de las hadas”.

Mary no se lleva a Michael y Jane cuando se mete en los dibujos que ‘el cerillero Bert’ (en la película, Dick Van Dyke) traza con tizas de colores en el suelo del parque. Si entran en el bosque con un lago que acaba de pintar, es porque Bert no tiene suficiente dinero para invitar a pastel de frambuesa a Mary Poppins en uno de sus días libres. Es una cita amorosa más que otra cosa.

Bueno, pues ya ésta. Recomiendo el libro para este 23 de abril, Día del Libro y, también, día 40 del confinamiento. Felices letras, felices sueños y felices libros. Y me agarro a Mary Poppins, que ya sopla el viento del Oeste y veo que se le está poniendo cara de querer dejar la casa del número 17 de la calle del Cerezo.