lunes, 9 de agosto de 2021

Días con gato y Gobiernos chiripitifláuticos

Por razones que ahora no vienen al caso suelo dedicar unos días de las vacaciones de verano a tratar con un gato. Este año, sin demasiado éxito, he intentando contarle de las mujeres de la Odisea pues es Odiseicas, de Carmen Estrada, el libro que tengo entre manos. Recuerdo, el anterior, haberle leído algún párrafo de Reis del Món, de Sebastià Alzamora, aunque no se pronunció sobre si le interesó más Joan March o Joan Mascaró (aunque me pareció intuirlo). 
   En general, los días de vacaciones con gato (al principio eran dos, gata y gato) son unas vacaciones dentro de las vacaciones; esos paréntesis imprescindibles que me obsesionan y que (por suerte) veo se extienden por el periodismo de papel (incluso en titulares) pese a las prevenciones más puristas y como ajenos a la rotundidad de las redes sociales, donde hay poco resquicio para la pausa o el sosiego. Veo al gato adormilado cerca de mis piernas y ya no tengo duda de que el texto de este agosto irá de gatos. O, cuando menos, de que me dejaré llevar por lo que uno de su estirpe me ha sugerido.
   Lo primero, que (el gato) no está ni triste ni azul, que eso hubiera sido una excelente excusa para dejarme llevar a los veranos de las máquinas de discos que activaban las monedas de cinco y veinticinco pesetas. No negaré que, viendo dormir al gato (o haciendo como que duerme, que esa es otra), me ha venido a la cabeza el exconseller de un Gobierno que, visto desde la distancia y desde la evolución y los viajes de quien lo presidio, podría calificarse (y mi infancia me perdone) de Gobierno Chriripitifláutico. Recuerdo que cada vez que le preguntaba algo, se le ponía a ese conseller cara de gato. Era como si se asustara, hacía el gesto de volverse atrás y abría mucho los ojos con cara de susto. Tal que un gato. Una consellera de ese Gobierno es, ahora, la secretaria general del partido que quiere gobernar por estos lares. Pero no, no es eso lo que quería contar aunque un recuerdo me haya llevado a otro y  traído hasta aquí sin maullidos de queja del gato que me ocupa. 
  La mirada del gato, que solo me mira cuando cree que no le miro, sirve para mirarme también y mirar al mundo del periodismo. Como en la canción de Labordeta, a veces me pregunto qué hago yo aquí salvo constatar que cada vez me gusta menos lo que veo y que no me tranquiliza demasiado, sino que me desespera, que el medio sea cada vez más el mensaje. Es (otra vez Labordeta) como si hubiera puesto sobre mi mesa todas las banderas rotas para hacerme de mi capa un sayo. No te despistes Toni (había olvidado presentarte) y perdona que te utilice como excusa, o percha, para dejarme llevar por este escrito mientras intento averiguar qué estas pensando. No soy el flautista de Hamelín y ya sé que no vendrás hasta que quieras por mucho que te llame y que te vas a quedar ahí pensando hasta que te plazca subir. Eso es libertad más que tomarse una caña, que es lo que defiende Ayuso, como saben tus compañeros de aquel callejón de los espejos del gato del Madrid de Valle donde la realidad se presentaba deformada a través de un espejo cóncavo. Sí, a veces la información tiene eso. 
  ¿Cómo ha ido a meterse un gato en esta 'caja de cosas'? Es lo último que me esperaba pero ya no sé salir. Me había quedado unas líneas más arriba, si mal no recuerdo, con lo de la percha y acababa de presentarte. Ahora pienso que, a veces, también se meten los gatos en sitios de los que no saben salir. Pero vamos, vamos con la percha.
   Tuve un director de periódico que, cuando me encargaba historias, insistía mucho en pedirme “una percha”. Una “percha con la actualidad”, precisaba. Empezaba yo en esto como colaborador y también empezaban aquí las instituciones preautonómicas y el director en cuestión me había encargado para el periódico que contará cuáles habían sido sus antecedentes medievales. En realidad, siempre sospeché que esa serie de reportajes sólo los escribí para que él supiera de qué iba la cosa. Se llamaba Pedro Ignacio González, venía de fuera y era el primer director del diario Baleares después del Franquismo. Miguel Moreno, un periodista venido de Burgos que también andaba por ahí, alude a Pedro Ignacio González en el libro que ha escrito sobre la historia de ese periódico que, también, publicó más de una vez historias de gatos. Ya sabes, siempre hay alguno (pobrecito) que se queda atrapado en un coche o que maúlla tras la tapia de un solar vacío. 
  No sé si debería extenderme más allá, igual lo dejo para otro día. Sé que, aunque pudieras hablar (o aunque emplearas el mismo lenguaje que yo) quizás tampoco me dirías lo que piensas. Los gatos son reservados y no sé cómo deben llevar el festival ese de fotografías que se publican en las redes sociales. En fin, una cosa más que igual te interesa: hace más de cuatro años que otro Gobierno chiripitifláutico intenta aprobar una ley de perros y gatos. Espero que la tengan lista para el próximo verano. Ya te contaré.