lunes, 15 de junio de 2020

16 de junio: Ulises en la pandemia


Desde la torre del homenaje del Castillo de Bellver se alcanza toda la bahía. Igual que desde la torre Martello, que también  es circular; donde vuelve a ser, otra vez, 16 de junio y  Dedalus,  Mulligan y Haines han empezado su jornada. Fue allí cerca del castillo,  durante un paseo por las calles altas del barrio de El Terreno en los primeros días del confinamiento, cuando hablé de Ulises con G., que es librera.

    No sé cómo se me ocurrió esta extravagancia, la de meter a Ulises en la pandemia;  paseando la ciudad y hablando conmigo supongo. Lo que sí supe desde el primer momento es que, para contarlo, esperaría al 16 de junio -jornada en la que transcurre el Ulises de Joyce-  y que ese 16 de junio ha llegado. Ya  sé, no hace falta que nadie me lo recuerde. Imagino el comentario de N., “pero que friki eres compañero”, y vuelve a mí en este momento el gesto de C., mirándome como si estuviera loco, cuando le conté mis intenciones para  este martes, día 94 del estado de alarma que se decretó en España el 14 de marzo de 2020 como respuesta a  una patología  vinculada al  virus SARS-CoV-2 y que se llamó covid-19. Guardo en esta Caja de Cosas momentos de aquellas semanas, como las guardo en cuadernos de tapas rojas y en crónicas que se han ido publicando en el diario Última Hora.

   Todas las crónicas para el periódico nacen de un recorrido que empieza siempre cerca de una casa donde me da por pensar en Leopold Bloom y  desde la que no cuesta ver la  torre Martelllo en el Castillo de Bellver. Aunque esas historias se refieren a varios días, no hay nada como jugar con el tiempo y hasta se pueden contar como si detallaran un día sólo. Y no ocuparían, ni mucho menos, 700 páginas.

  No es plural mayestático, sino que siempre fuimos dos y tuvimos que esperar a que se relajara el estado de alarma, en la fase 2 de la desescalada, para entrar al fin en el Castillo de Bellver. Miquel Àngel Cañellas hacía fotos y yo pensaba en lo que escribiría al día siguiente pero (ahora ya lo puedo contar) me recreaba una y otra vez en la sensación que te da tener toda una ciudad a tus pies: veía el puerto, veía la Catedral, veía el bosque, veía las calles del Terreno, jugaba a adivinar los sitios por lo que había pasado o iba a pasar pero, sobre todo, trataba de alcanzar con la mirada una playa que pudiera ser la de Sandycove. A esa hora, más o menos, debían  estar allá,  en Sandycove, Dedalus  Mulligan y Haines. 

   Ese día (en la vida real, no en la imaginada que siempre reconforta más) aún no se habían permitido ni los paseos por la arena ni, mucho menos, el baño en el mar por lo que, de haber alguien, únicamente  podían ser  ellos. Ellos y otro  grupo de bañistas que hablan de una mujer que, parece ser, se dedica a la fotografía y puede aparecer de un momento a otro. Cuando días antes Pilar Pellicer disparaba su cámara en  la playa de  Cala Mayor, ni siquiera había empezado  la desescalada. No había turnos de paseo según franjas de edad, el mar estaba embravecido y lo que  intentaba captar era el vuelo de las gaviotas.


  Leopold Bloom  ha salido a pasear después de comprar un diario que lleva bajo el brazo. Ha desayunado –un tremendo riñón de cerdo que me revuelve las tripas sólo de pensarlo-  y ha entrado en la oficina de Correos. Ese día, como tantos otros, estoy con Jaume Morey. Como andamos  preguntando en la cola de Correos, se nos pasa el momento en que Bloom ha ido a recoger una carta. Que nadie dude que, de no ser por ese descuido, Morey habría disparado su cámara y  hasta hubiera buscado el momento  en que me acercara a Bloom para preguntarle qué estaba haciendo ahí, hacia dónde se dirigía y si, por un casual, iba camino del periódico. Él  -y basta acudir a lo que dejó escrito James Joyce- nos hubiera contado que tenía una jornada ajetreada y que después de zamparse el riñón, pasar por la estafeta de Correos y quedarse  mirando los carteles del teatro  que anunciaban un  Hamlet (no, no se trataba de los carteles del Teatre Principal, pues eran de  óperas que no habían podido estrenarse), pensaba acudir a un entierro y luego, sí, dirigirse al  periódico. Bloom se hubiera  encontrado con Stephen Dedalus hablando con el director del periódico. Claro que, como soy discreto, no me hubiera inmiscuido en su conversación y sí seguido con lo mío.
   Como las terrazas de Palma fueron autorizadas a ocupar espacios reservados donde  antes aparcaban  coches, imagino que  quedarían luego  a tomar un tentempié y,  de regreso a casa, repararían   en las palomas. Las palomas,  y los pájaros en general, dieron mucho que hablar y casi todo el mundo se puso a escribir de los pájaros y de sus trinos. Quién sabe si el pajarismo se  convertirá en un nuevo género literario. Lo más parecido a la Biblioteca Nacional que me tropiezo es mis paseos es la biblioteca de Can Salas y sólo allí pudieron entrar Bloom y Dedalus para seguir hablando de Shakespeare o bien de cómo inventar palabras y juegos de palabras sobre los pájaros en la literatura pandemística y alarmística.
     La gente pasea y habla mucho  en este 16 de junio (que también es un poco el resumen de todos los días del estado de alarma, incluyendo los días en que, paradójicamente, se oía el silencio);  tanto es así que hay tiempo hasta  para los diálogos interiores. Hay uno muy largo y relevante pero  que no sabes como abordar ya que no tiene puntos, comas ni nada que te permita dar un respiro. Acaba con un ‘ sí’, igual que empieza cincuenta páginas atrás.  No sé si cuando todo esto acabe  habré comprendido del todo lo que intenta  decirnos Molly Bloom cada 16 de junio.  De momento me fijo en Pere Bota, que también es muy suyo en la manera de hablar. A veces, cuando vamos por la calle y él busca algo que merezca ser fotografiado, me reprocha que hable solo o que vaya hablando dos pasos por delante y dándole la espalda. Creo que llevamos dos diálogos interiores simultáneos. 
   Hablando de hablar: pero si ese es El Ciudadano. Nada que ver (eso hay que aclararlo) con aquel exdiputado que ha publicado un libro poco antes del estado de alarma y  que, aún confesándose tímido,  acepta que le hagan una fotografía con el carrito de la compra.  Lleva guantes y mascarilla. No le resulta ajeno el nombre de Ciudadano porque su partido se llamaba igual pero  en plural. El Ciudadano al que me he referido antes  es un patriota irlandés que pasea con un perro y que lo seguirá haciendo hoy hasta ya  entrada la tarde. Precisamente, cuando empezó esta odisea que cuento  a mi manera, de lo poco que se podía hacer sin que te llamaran mucho la atención era pasear un perro.  Esta es una historia muy divertida: esa norma, la de que se podía pasear con total libertad con un perro, sólo se anunció de palabra pero nunca tuvo refrendo legal. Y sin embargo, ha sido la que más se ha cumplido y la que más se ha citado. ¡Basta ya de fotos de perros! nos decimos muchas veces. ¡Hay que buscar otra cosa!
Lo que resulta una verdadera lástima es que nunca hayamos llegado a tiempo al momento en que  Leopold Bloom se sube al tranvía. Hubiera  sido un enfoque diferente. Qué bien hubiera quedado  ver a alguien subiéndose a un tranvía cuando  Teresa Ayuga (sólo a ella me quedaba por nombrar) buscaba enfoques para fotografías sobre  cómo se frenó el crecimiento previsto en  la EMT. Durante los días del confinamiento duro,  circulaban pocos autobuses y no se podía ni entrar ni salir por la puerta delantera.  
   Seguramente esto ya se está acabando; quedan poco días para que empiece eso que han dado en llamar ‘nueva normalidad’ y sería una lástima que mantuviera lo peor de la vieja. Pero bueno, la verdad es que  ya se  ve variopintos grupos de gente  por las  calles de Dublín (¿o son las de Palma?)  después de que hayan vuelto vendedores de la rifa de la Once  y empiecen a pasear turistas que vienen de Alemania

   Allá va  un cura. Pero no, no es el padre Benitez , que se dijo varias de las 10 misas en honor de Santa Rita días atrás.   El cura que va por ahí es el padre Conmee, que después del oficio ha salido a dar un  paseo. Que es lo mismo que está haciendo ese hombre de las muletas o aquel  viajante de comercio. Mira, las hermanas Dedalus entre otra gente desconocida. Habrá que  acercarse a esas y otras personas y preguntarles cómo se llaman y si quieren contar su odisea de estos meses. Un  día, y si es 16 de junio, da para mucho. Si hasta va por ahí el propio Lepold  buscando un libro que regalarle a Molly Bloom.  Cruzo los dedos para que elija el Ulises. Sería un bombazo.