Los ochenta, 1987 supongo. Llegué a El Día de Baleares
con una protesta recién convocada. Hacía ya varios años que ese periódico
estaba en la calle. Lo habían fundado, en 1981, entre otros, Abel Matutes y el empresario hotelero Gabriel
Barceló. Su primer director fue Antonio Alemany. Rompía, por el diseño y por la
manera de enfocar las noticias, con la manera de hacer periodismo en las Islas.
A mí me gustaban, sobre todo, las portadas, aunque no siempre (por no decir
casi nunca) compartía sus interpretaciones. Pero había tejido allí grandes
amistades.
Recién llegado, o
casi, a Gremio Herreros del polígono de
Son Castelló, que es donde estaba el periódico, me llamaron a un despacho que,
entonces, me pareció un cuchitril y donde
alguien que me recordó, por la barba, al capitán Ahab de Moby Dick o al
presidente Abraham Lincoln me puso al
tanto de la situación. Al parecer se estaba llamando al todo el personal del
periódico para saber qué posición iba a
adoptar ante la protesta. Con el tiempo, comprobaría que el activismo y las
ganas de protesta eran una seña de
identidad de aquella plantilla en la que me integré. Incluso, en un acto
conmemorativo, Gabriel Barceló dijo que, el suyo, había sido el primer periódico de
Baleares en el que se había hecho huelga durante varios días. Cuando yo llegué, detrás del
capitán Ahab había otro señor, delgado y
con bigote, que también me invitó a
reflexionar sobre mi reciente incorporación a la empresa y sobre si, recién llegado, tenía razones para quejarme. Nunca he dejado de quejarme.
Había llegado a El Día casi recién salido del Baleares donde, cuando me daban el
finiquito, alguien me dijo: ¨Tú, acabarás en El Día”. Y es que, casi nadie
ignoraba en el Baleares que mi amiga del alma era Mariló Suárez, que también era corresponsal de Diario 16, que ya se había ido a El Día, y que antes
de irse, a ella y a mí nos venían a buscar amigos del periódico de la calle
Gremio Herreros. En aquella época, algo impensable hoy, el Baleares tenía un
bar y allá nos esperaban Tomás Bordoy o Pepe Massot, que hoy luce en las páginas
de Cultura de La Vanguardia.
Efectivamente, llegué al El Día. Aunque lo primero que
hice no me gustó nada. De hecho, era bastante frustrante. Aún existían los
teletipos, esas máquinas que escupían rollos de papel con la noticias de
agencia, y yo me tenía que encargar de seleccionar las que tenían que ver sobre
España y teclearlas. Ya no había máquinas de escribir, sino ordenadores con
pantalla verde, pero mi cometido era muy deprimente: copiar lo que las agencias
habían escrito.
Así empecé en aquel periódico. Al poco descubrí que sólo
podía ‘realizarme’, o aportar cierta ‘creatividad’, en los titulares y en los
pies de foto. Titular y escribir pies de foto era lo único que me llenaba en
aquella época. Sobre todo cuando llegó Yolanda Garisoaín, ‘Yoligari’ como la
bauticé, una periodista de Pamplona a la que nunca he podido olvidar y que creo
que ahora está por la República Dominicana. ‘Yoli’ y yo nos recreábamos en los
pies de foto, que estaban menos vigilados que los titulares. Colamos un ‘el
gobernador, por los suelos’ en una foto en que se veía a un gobernador del País
Vasco agachado después de algo serio.
Por suerte, aquel suplicio se acabó y pudimos ocuparnos
de la información local. Recuerdo un gran reportaje de Yolanda sobre Son Banya,
que tituló ‘Al este del desdén’, y que yo me metí en la información municipal en los
días en que Ramón Aguiló no las tenía todas consigo.
Supongo que me viene a la memoria todo esto ante las
noticias que llegan en este noviembre de 2016 sobre cambios en el accionariado
del diario, que ahora se llama El Mundo de Baleares, y que eso ha agitado mis recuerdos. No sé cómo
acabará todo ni si la venta de las acciones de Barceló al grupo italiano que
manda en El Mundo sólo es una estratagema. Me
gustaría que El Día siguiera en los quioscos porque es una parte de mí.
Creo que ese periódico es un caso único. Ha cambiado
varias veces de nombre y ha sobrevivido. Me subí en el barco cuando era El Día; viví su conversión a El Día 16; brevemente se
llamó otra vez El Día; fue luego El Día del Mundo y acabó como El Mundo de
Baleares. Si pudiera elegir, me quedaría con El Día del Mundo y la etapa de libertad
que, con claroscuros, le dio Basilio Baltasar en la dirección. Pero también me
esforzaría por entender a Tomás y algunas apuestas que hizo. Por lo que nunca
pasaré es por aquella etapa, para mí más
triste y lamentable del periódico, la de Eduardo Inda. Inda representa, en mi opinión, lo peor del
periodismo. Y eso explica la fuga de octubre de 2002, que algún día habrá que
contar.
En fin, suerte. Os quiero ver en los quioscos. Cada día.
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