martes, 13 de febrero de 2024

Goliat y Baltasar (A propósito de Basilio, y de su libro)

 

Quienes conocen a Basilio Baltasar, saben que es alguien peculiar y que, forzosamente, su manera de escribir tiene que ser peculiar y con sello propio. Dirigió El Mundo en Baleares,  que en esa etapa se llamó El Día del Mundo, sin romper sus vínculos con El País y, una vez  -en este blog se ha contado y nadie que estaba allí ha conseguido olvidarlo-,  le levantó un artículo de domingo a Pedro J. Ramírez para estrenar sus ‘óvalos’, que es como llamábamos (por el soporte gráfico: una fotografía enmarcada en un óvalo) a los artículos que él escribía. Estaban pegados a la actualidad pero los pergeñaba de tal modo que funcionaban solos y el día a día que comentaba quedaba casi en segundo plano.

Basilio Baltasar ha publicado El Apocalipsis según san Goliat (KRK Ediciones, 2023), un breve texto casi inclasificable, novedoso sin duda, y al que su autor llama novela cuando es posible que rompa la definición más o menos aceptada de novela; es una suerte de arcano con pistas para el uso – quizá Tòfol Serra, maestro de inclasificables e igualmente peculiar, habría hablado de signos, de hecho tituló un libro así, Diario de signos - que te lleva por pasadizos que conducen a otros para llegar al punto al que te diriges. El libro es una sola historia como pensada al cien por cien desde el primer momento y no son siete relatos encapsulados,  como escribió Anson (quien milagrosamente y con la que está cayendo sigue sacando El Cultural) en un artículo reciente donde destacó, eso sí, que es un texto bello y un festival de metáforas.

Basilio Baltasar, que (algo muy propio de Mallorca) tiene tanta gente entregada como en contra, cuida mucho todo lo que hace. No cuesta imaginar, por lo que a la edición del Goliat se refiere, que hasta la tipografía de las ‘Q’ mayúsculas, que enlazan con la primera letra de la siguiente palabra y a veces sirven de descanso a las otras, tienen algo suyo. Es el Apocalipsis de Goliat pero Goliat también es Baltasar, como era El Día del Mundo el Día de Basilio cuando lo dirigió. Y parece oportuno recordarlo, porque este no es un blog de crítica literaria sino, principalmente, de historias de medios de comunicación y de la relación de estos con la sociedad y el poder político.

  En uno de los capítulos del libro, Mirano, gerente de un hospital, escucha a Goliat. Lo que dice le entusiasma – igual que a otras personas que le escuchan – aunque no entienda nada. Con Basilio ocurría lo mismo cuando dirigía El Día. Una vez apostó por un asunto, la corrupción de los cuerpos (busquen en Goliat corrupción de los cuerpos o de la carne) para una campaña promocional del periódico. Y se fue a dar conferencias por la Mallorca profunda, la de las matances. Los políticos no entendían nada y nada se atrevían a decir; recuerdo a uno que le acompañaba en una presentación y que, tras renunciar a tomar la palabra, sólo acertó a comentar:  “Después de lo que ha dicho Basilio, poco puedo añadir”. Pues eso ocurre con Goliat (Goliat no es el gigante, es un vagabundo gigante por lo que dice), que llega donde otras personas no llegan y abre puertas que otras personas sólo habían entreabierto. Cuando dirigía El Día del Mundo, que pese a ser la versión balear de El Mundo de Pedro J. parecía de otro mundo, abrió debates que, con el paso de los años, se volvieron de plena actualidad: la compra de tierras por extranjeros, el momento de la agricultura o qué vendrá después, cuando la historia que hemos conocido dé un vuelco.  Era como si se situara al borde de la historia, como si advirtiera de la llegada de un tiempo nuevo. Y de eso tiene mucho su Apocalipsis

  La historia de sitúa en 2001,cuesta un poco al entrar (porque los libros no son sólo para leer, entras y sales, los habitas) entender por qué ha elegido una etapa en apariencia tan lejana y en la que (incluso) existían las pesetas. Poco a poco lo entiendes y llegas a lo que pasó ese año. Y entonces, lo que parecía oculto cobra luz y las diferentes historias y personajes se recomponen. Porque hay personajes que también son signos. Te puedes quedar con cualquiera, con el gerente, con la doctora que va a ver a una terapeuta que necesita terapia, con el boxeador, con la condesa romana o con el experto en arte y tasador, que a mí me parece clave,  y que recibe un curioso encargo; un encargo que tampoco es cuestión de adelantar a quien no se haya asomado todavía a sus páginas. Llegaremos al desenlace, veremos pasar a centauros y sabremos de lo que son capaces, entenderemos (o no)  la importancia de las torres en el juego del ajedrez y tendremos una visión de la actualidad que anda oculta por ahí sin que se note demasiado. 

Hay que meterse en el Apocalipsis con mucho sosiego, ignorando los ritmos de hoy en día, desconectando.  Como si no hubiera nadie más cuando miras un cuadro, como si sólo tuvieras que elegir qué pasadizo quieres que te lleve hacia alguna parte.  Casi todo en este mundo es el resultado de una elección. Incluso lo que parece que te viene impuesto.

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