Guardaré
en esta ‘Caja de Cosas’ momentos de estos días; momentos de la
pandemia de la Covid 19 y momentos del estado de alarma que nos está
cambiando y nos cambiará. Guardaré aquí (claro que lo haré)
retales de esta historia que escribimos todos y todas al mismo
tiempo. Desde que empezó el estado de alarma, anoto todo lo que
puedo en un cuaderno de tapas rojas. Ahora tengo más tiempo para mí
(es la consecuencia de un ERTE en la empresa para la que trabajo y
que edita el periódico en el que escribo) además del tiempo que
dedicó, con más fortuna que millones de personas, a buscar
historias que contar. Pero eso de meter en este blog situaciones,
interpretaciones y preguntas sobre lo que está pasando quedará para
más adelante.
Hoy hay que estar a lo que hay que
estar. Es el Día del Libro y quiero fijarme en uno y recomendarlo
sin duda. Es ‘Mary Poppins’, de Pamela Lindon Travers. Es de
Alianza Editorial, de su colección El libro de bolsillo y la
edición es de 2019. Lo compré días antes del inicio del estado de
alarma y lo he leído metido en éste y bajo su influencia. De no ser
por lo que está ocurriendo, algunas partes de la historia se me
habrían pasado y otras las hubiera entendido de otra manera. P. L.
Travers ( la autora firmó así para ocultar su nombre por ser
mujer) lo publicó en 1934. Todo el mundo sabe que Walt Disney lo
adaptó años después al cine y que no es posible imaginar a Mary
Poppins sin ver a Julie Andrews. Por eso daré, también, una pasada
por la película.
Cuando lees un libro es como si nadie
lo hubiera leído antes. Eso forma parte de la magia que tiene la
lectura.Todo lo que ocurre con (o en) un libro es como si ocurriera
por primera vez y te sientes la obligación de contarlo y
compartirlo. Aunque lo que vas a contar pueda saberlo todo el mundo.
Por ejemplo, que nadie dice ‘supercalifragilísticoespialidoso’
en el libro. Y que aunque el señor Banks trabaje en un banco, no se
lleva a su hija Jane y a su hijo Michael porque se lo haya pedido
Mary Poppins. Ni tampoco Michael se niega a entregar sus dos
peniques y la lía parda. Eso sucede en la película pero,
inevitablemente, tuve que relacionarlo con lo que pasa fuera del
libro después de la polémica sobre dónde hay que llevar a ‘los
niños’ en tiempos del coronavirus.
Michael y Jane Banks viven, sí, en el
número 17 de la calle del Cerezo. Pero tienen una hermanita y un
hermanito con los que no contó Walt Disney. Son dos bebés que
cumplen un año en mitad de la novela. Se llaman John y Barbara.
Hasta que cumplen un año y les salen los dientes, no sólo se
hablan entre sí, sino que (además) entienden el lenguaje de los
estorninos y los demás pajaritos, que también conoce Mary Poppins.
Antes de cumplir un año, Barbara y John se preguntan que cómo es
posible que Michael y Jane ya no sean capaces de entender su lenguaje
y que la señora Banks únicamente gesticule, les hable con
diminutivos y emita sonidos guturales tipo gugú y cosas parecidas
en vez de conversar. Es un capítulo precioso que, leído en estos
tiempos en que también hemos descubierto que hay pájaros, cobra un
significado especial. Bueno; el señor y la señora Banks tienen un
papel totalmente secundario en la novela.
La ‘peli’ tampoco recoge la
historia de Andrew y Alondra. Andrew es un perro (¿un perro además
de pájaros y niños en el libro breve que me ha entretenido dos de
los días del estado de alarma?); Andrew, digo, es un perro y Alondra
una ‘señorita’ que lo tiene muy mimado. Apenas le deja salir, si
nos es con ella, y lo viste de forma muy rara. Andrew se escapa un
día porque se ha encariñado de un perro aparentemente vagabundo. Se
va, vuelve con él a casa y le lanza un ultimato a la ‘señorita
Alondra’: o él se queda en casa y Alondra acepta las condiciones
de Andrew (que no le obligue a comer nata en las comidas ni salir a
pasear ‘con abriguitos de colores’) o no le vuelve a ver.
‘Mary Poppins’ es un canto a la
libertad y a la imaginación que la película completa y pone música
y canciones. Se complementan pero el cine no llega a algunos momentos
del libro pese a añadir otros inolvidables. Ni la historia de la
brújula que permite dar la vuelta al mundo sin moverse de la
habitación ni el momento brillante que relata qué hacen los
animales del zoológico cuando llega la noche y algún humano se ha
olvidado de salir, han llegado a la película. Ni tampoco la pregunta
de Mary Poppins: “¿Acaso no sabéis que todo el mundo tiene su
propio país de las hadas”.
Mary no se lleva a Michael y Jane
cuando se mete en los dibujos que ‘el cerillero Bert’ (en la
película, Dick Van Dyke) traza con tizas de colores en el suelo
del parque. Si entran en el bosque con un lago que acaba de pintar,
es porque Bert no tiene suficiente dinero para invitar a pastel de
frambuesa a Mary Poppins en uno de sus días libres. Es una cita
amorosa más que otra cosa.
Bueno, pues ya ésta. Recomiendo el
libro para este 23 de abril, Día del Libro y, también, día 40 del
confinamiento. Felices letras, felices sueños y felices libros. Y
me agarro a Mary Poppins, que ya sopla el viento del Oeste y veo que
se le está poniendo cara de querer dejar la casa del número 17 de
la calle del Cerezo.
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