El próximo ciclo electoral (municipales, autonómicas y generales) no será sólo una prueba para el modelo actual de partidos. Será, sobre todo -y ya lo está siendo- un termómetro que medirá la influencia y el papel de los medios de comunicación ante unas elecciones que tienen pocos precedentes y que parecen apuntar a que nada volverá a ser como antes.
Casi todos los medios de comunicación han publicado encuestas de intención de voto. Los mismos sondeos que, meses atrás, no vieron si por asomo a Podemos, lo han situado ahora como clave para futuras mayorías. No hay encuesta que se precie que no incluya en sus gráficos a Podemos y hasta se le atribuye la responsabilidad de decidir si debe seguir gobernando el Partido Popular o si tiene que permitir que gobierne el PSOE. Todo eso, ignorando que Podemos llevaba ya bastante tiempo dejando caer que hacer de árbitro no era su propósito. Es igual. Los medios han seguido con análisis de otras épocas, de aquellos tiempos en los que las elecciones eran obra de dos protagonistas principales y un grupo de secundarios salía a escena para dar color a una representación sin sorpresas. Es un debate político-periodístico con planteamientos que todavía tenían sentido hace una década pero que tienen poco que ver con la realidad actual. Además, la mayoría de las encuestas incluyeron a Podemos con sus siglas en las municipales antes de que su asamblea acordara que no optarían a los ayuntamientos aunque sí a los parlamentos autonómicos. Será difícil establecer comparaciones con procesos anteriores porque tendrán poco que ver.
Durante mucho tiempo política y medios de comunicación han sido la imprescindible pareja de baile Se han necesitado, o utilizado, mútuamente como parte del espectáculo. Igual que, en estos nuevos tiempos, se señala con insistencia al bipartidismo o la casta (que no es más que la manera amable de llamar a la oligarquía de siempre), también habrá que preguntarse hasta qué punto esa otra pareja (política y medios), está obligada a cambiar su relación para que no se convierta en una variante de ese sistema. Los programas de cotilleo político son un vivo ejemplo y un ovillo del que habrá que tirar. La aparente pluralidad de algunos programas no es indicador de pluralidad sino más bien de cambalache. O de simple estrategia. Lo ha admitido recientemente Juan Carlos Monedero: si nos llaman a la Sexta es porque le subimos la audiencia.
De aquí a unos meses, con la llegada del nuevo año, entraremos en un tiempo diferente que sólo terminará de completarse ante nuestros ojos cuando haya finalizado el ciclo electoral. Puede que entonces, después de las generales de 2015, se haya formado un Parlamento que tenga poco que ver con el actual. De cualquier modo, también cambiará el mundo de los medios de comunicación que están transitando (aunque ya tienen una parte andada) por el mismo camino de incertidumbre que la vida política.
Todo lo que se está moviendo ahora en los partidos políticos, empezó a moverse recién iniciado el siglo en los medios de comunicación. La prensa escrita bien podría equivaler ahora a PSOE y PP, por representar en estos dos partidos a la vieja política, a 'la casta'. Y lo que arrastra Podemos y todo el activismo en red (aún cargado de incógnitas) respondería a su equivalente en los medios digitales. Como la transformación de los medios empezó antes que la de los partidos, parece claro que, en la política, habrá una etapa de cohabitación. Las elecciones empezarán a modificar el mapa pero no lo sustituirán por otro.
Ya no hay ninguna empresa que se plantee seriamente seguir utilizando únicamente el soporte de papel para sobrevivir y, aunque a mí me atraiga especialmente la tinta impresa y la lectura sosegada, tengo claro que ya no soy un representante de las nuevas mayorías. Es una simple cuestión generacional. No es culpa de la crisis -si se exceptúa que con la crisis se acabaron buena parte de las ayudas públicas y que el pastel publicitario se 'diversificó-, sino del cambio social y del cambio de hábitos. Los periódicos de papel no desaparecerán del todo, como no lo harán PSOE y PP, pero parece claro que después de las elecciones dejarán de ser los protagonistas absolutos. Del mismo modo que Podemos y su mundo no sustituirá a 'la casta', habrá que contar con quienes les siguen. Igual que los medios tradcionales empezaron a ponerse nerviosos hace diez años (y muchos parecen haber enloqueceido en estos días de 2014), el bipartidismo ya le ha visto las orejas al lobo.
Los medios intentan adaptarse a la nueva realidad y muchas veces parecen tener problemas en contarla. Ya no es posible hacerlo de una única manera como ya no es posible abordar unas elecciones con los planteamientos de la Transición. Después de las elecciones será hora de pasar cuentas. No únicamente entre los partidos. También entre los medios; por ejemplo de cómo primero no vieron a Podemos y luego lo han visto en cada esquina. A los medios les cuesta admitir la evidencia. Seguramente, y con independencia del resultado, todas las encuestas se considerarán a sí mismas acertadas. Todos los medios pugnarán por haber avanzado lo que suceda en 2015, sea lo que sea. Todos habrán ganado, que es lo que dicen tras pasar por las urnas los partidos de la vieja casta.
Todo lo que se está moviendo ahora en los partidos políticos, empezó a moverse recién iniciado el siglo en los medios de comunicación. La prensa escrita bien podría equivaler ahora a PSOE y PP, por representar en estos dos partidos a la vieja política, a 'la casta'. Y lo que arrastra Podemos y todo el activismo en red (aún cargado de incógnitas) respondería a su equivalente en los medios digitales. Como la transformación de los medios empezó antes que la de los partidos, parece claro que, en la política, habrá una etapa de cohabitación. Las elecciones empezarán a modificar el mapa pero no lo sustituirán por otro.
Ya no hay ninguna empresa que se plantee seriamente seguir utilizando únicamente el soporte de papel para sobrevivir y, aunque a mí me atraiga especialmente la tinta impresa y la lectura sosegada, tengo claro que ya no soy un representante de las nuevas mayorías. Es una simple cuestión generacional. No es culpa de la crisis -si se exceptúa que con la crisis se acabaron buena parte de las ayudas públicas y que el pastel publicitario se 'diversificó-, sino del cambio social y del cambio de hábitos. Los periódicos de papel no desaparecerán del todo, como no lo harán PSOE y PP, pero parece claro que después de las elecciones dejarán de ser los protagonistas absolutos. Del mismo modo que Podemos y su mundo no sustituirá a 'la casta', habrá que contar con quienes les siguen. Igual que los medios tradcionales empezaron a ponerse nerviosos hace diez años (y muchos parecen haber enloqueceido en estos días de 2014), el bipartidismo ya le ha visto las orejas al lobo.
Los medios intentan adaptarse a la nueva realidad y muchas veces parecen tener problemas en contarla. Ya no es posible hacerlo de una única manera como ya no es posible abordar unas elecciones con los planteamientos de la Transición. Después de las elecciones será hora de pasar cuentas. No únicamente entre los partidos. También entre los medios; por ejemplo de cómo primero no vieron a Podemos y luego lo han visto en cada esquina. A los medios les cuesta admitir la evidencia. Seguramente, y con independencia del resultado, todas las encuestas se considerarán a sí mismas acertadas. Todos los medios pugnarán por haber avanzado lo que suceda en 2015, sea lo que sea. Todos habrán ganado, que es lo que dicen tras pasar por las urnas los partidos de la vieja casta.
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