Eran tiempos sin digitales, aún no existía Facebook ni Twitter y casi bastaba una mano para contar las radios, las teles y los periódicos que seguían el día a día local. Quizá fue la primera vez que me pasé por los juzgados de Vía Alemania. El juez interrogaba a alquien relacionado con lo que luego se llamó Caso Calvià o Calviagate. Cuando el juez Castro abrió la puerta de su despacho y salió al pasillo, yo me acerqué a preguntrarle. Recuerdo, vagamente, que me lleve algo así como una bronca. Me vino a decir que los jueces no informaban en los pasillos. Se ve que ellos hablaban por autos, sentencias, interlocutorias y otros 'palabros' que no formaban parte de mi vocabulario básico. Desde aquella época el juez Castro no ha parado. Soy muy fan suyo. Como sólo soy hombre de principios, tengo empezadas un montón de historias que no me veo capaz de terminar. Incluso una sobre el secreto que esconde el inacabado palacio de congresos de Palma. Por eso me da tanta envidia que que juez haya escrito más de 500 páginas sobre Urdangarín. Si sumanos esas 500 páginas a otros relatos suyos (como La grabadora del Caso Calvià, El velódromo fantasma o El Palacete encantado) tenemos el embrión de una saga sobre la corrupción en Balears. Algo así como Sombras de Ley
(Versión Arcoris, 2 de febrero en UH)
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