Metí en la
mochila de las vacaciones el libro de Juan Cruz Un golpe de vida
(Anagrama, 2017). No rehuyo el yo ,que
tanta controversia despierta en el mundo del periodismo, y me
sumerjo con interés en los libros de periodistas que escriben en primera persona.Creo que Un golpe de vida me ayudará
a revisar esta ‘cajadecosas’, pulir otros escritos que tengo por ahí y hacerles un hueco fuera
del ‘blog’ .En eso estaba, después de haber pasado otro verano más por Boquiñeni, donde las campanadas del reloj de la plaza dan las horas dos veces y eso te da margen para una segunda oportunidad, cuando llegó el atentado de Barcelona
Inmediatamente todo cambia, incluso la referencia a las Ramblas que guardaba para recordar una leyenda urbana, cierta o no, de un director que llegó a La Vanguardia en tiempos de Franco, se sorprendió de la gente que paseaba por ellas y lo primero que hizo fue encargar un reportaje sobre el asunto. Pero desde el 17 de agosto ya no se puede nombrar a la Rambla de Barcelona sin más (ni siquiera para reforzar la idea de que nada ha pasado hasta que se cuenta), igual que la poesía es difícil después de Auschwitz como enseñan Adorno y Primo Levi.
Reviso textos, añado y matizo pero la actualidad
manda y lo primero será dejar constancia del debate sobre el tratamiento que
los medios han dado a los atentados y, especialmente, a la pregunta sobre si la práctica totalidad
de diarios impresos se equivocaron con la fotografía de David Armengou, de la agencia Efe, que llevaron a sus portadas al día siguiente. Fue la misma que también eligió Ultima Hora, el periódico donde trabajo ,y que La Vanguardia recortó parcialmente por
el ángulo izquierdo para evitar una
mirada de espanto y un niño en pantalón corto tendido en el suelo. No viví aquella tarde lo que sucedió en la
Redacción pero no me cuesta imaginarlo. Aunque el grueso de argumentos a favor
y en contra se han dado en las redes (en general, periodistas ‘en activo’ la
han defendido mientras que quienes no están en estos momentos en un medio de
comunicación han mostrado bastante indignación) el diario Hoy de Extremadura, incluyó un artículo de Ángel Ortiz, sensato en parte aunque con un hiperbólico final con el que pretendía zanjar el asunto, justificando la elección de la imagen. Mi amiga periodista Nekane Domblás comentaba que había notado mucho "ursulinismo periodístico" en la red.
Opino que la
fotografía en cuestión merecía ser publicada (lo que es morboso y repugnante es la exhibición
constante, el detalle, el enfoque exagerado) y creo que si todavía hay gente
que almacena diarios de papel, sobre todo los ejemplares que aluden a momentos
decisivos y que luego pueden ser consultados en una tarde de no hacer nada, se entendería poco o nada que no aparecieran
imágenes de la barbarie. Diferente y reprobable, como también han hecho algunos
medios, es haber incluido fotografías
lanzadas desde móviles y que luego se exhibieron como trofeos
macabros por la red.Nada aporta, igual que no aporta nada la constante repetición de imágenes en los
informativos especiales de las teles. Se le escapó a una
periodista a la que una cadena había ‘dado paso’ para un directo desde algún escenario de la noticia aquel jueves por la tarde y todo el
mundo pudo oír su comentario: “Es que aquí no está pasando nada”.
Me ha costado
tomar partido, he tardado dos días en poner esto por escrito (cuando empecé a
escribir, la Rambla de Barcelona sólo era
la Rambla, o las Ramblas, y Cambrils poco más que el lugar donde veranea
gente que conozco de Zaragoza) pero
difícilmente podía no hacerlo si escribo de periodismo. También
añado que estoy convencido de que la controversia que debió darse en las redacciones
sobre si publicar o no aquella fotografía en portada nació viciada por una pregunta que seguro planeó en el
ambiente y que igual se verbalizó o no:
¿y si los otros la publican y nosotros no? Supongo que fue lo que inclinó la
balanza. Sirva como reflexión inicial a la espera de que se manifiesten todas
las contradicciones que llevo dentro, incluida que no vimos fotos de ninguna vícitima del 11-S ya que, seguramente, impactó más la caída de las torres tras el choque de los aviones. Y aprovecho ahora para recoger un comentario de
Juan Cruz en su libro cuando
aludiendo a otro asunto (el efecto que tendrán las
declaraciones de un político que viajaba en un tren) se sorprende a sí mismo, escribiendo
‘reflexión urgente’ y cae en la cuenta de que es una paradoja. Por eso me he tomado mi tiempo sabiendo que, a partir del lunes todo volverá a ir deprisa, deprisa.
Las redes
sociales lo han cambiado casi todo en este gremio. Es algo que se ha escrito o
dicho hasta la saciedad y ya ha alcanzado la
categoría de obviedad. Esta vez, sin embargo, me ha parecido notar una incomodidad mayor
desde el periodismo ejerciente hacia los
comentarios críticos de las redes. Supongo que es el inicio del hartazgo pero ,
entre respuestas razonables, también se ha colado un punto de corporativismo. Algo positivo que
tienen las redes es que permiten
controlar al que controla y que es inútil tratar de ocultar nada, ni siquiera
los debates internos de un medio de comunicación, porque todas las ventanas
están abiertas. Eso facilita que se cuele mucho aire viciado pero también
alguna brisa reparadora.
Ya no hay un
solo Dios verdadero ni siquiera para decidir lo que es noticia y lo que no. El
periodista, o la periodista, se había puesto muchas veces en el lugar de Dios.
Tal vez con el empeño de Edmond Dantès, el Conde de Montecristo, cuando
proclama que, sencillamente, le ha suplantado. Me divertí hace unos años con una reflexión de
Arcadi Espada. En sus Diarios (Espasa Calpe, Madrid, 2002) incluía el siguiente
texto: “¿Acaso ha dado alguna vez Dios su opinión?’, escribe Flaubert a George Sand la noche del 5 al 6 de diciembre de 1886. El ideal flaubertiano de que el autor desaparezca en el texto coincide con uno de los cánones periodísticos, de raíz anglosajona, que más frecuentemente se enseña en las escuelas. Flaubert veía su actividad como la de un dios que va disponiendo sus materiales y que con suprema indiferencia espera que estos hablen por él. No es en absoluto distinta de la visión que algunos periodistas tienen de su trabajo. ¿Qué es acaso, la voz mayestática del periódico, directa o indirectamente utilizada, ese Nosotros o Este diario ha podido saber (y qué decir del modestísimo verbo trascender con que los periodistas explican que se han enterado de algo), sino la aspiración de Dios? ¿Qué hay en el origen de la repugnancia que a tantos periodistas les provoca el yo sino una voluntad de divinización del mensaje?”
Lo curioso es que el empeño por la desaparición del periodista (y
eso me permite volver a la senda con la que inicie el paréntesis de las
vacaciones que tengo que cerrar) sólo es
comparable al empeño de éste en demostrar que ha sido el primero en enterase. Son las
dos caras de una misma historia , que he podido ir constatando en este tiempo:
de un lado, el intento de situarse al margen y aparentar que las cosas son las
que son y que por eso se cuentan. De
otro, el malestar cuando alguien se atribuye haberlo contado antes.
Mientras leo el libro que llevo en la mochilla, anoto mi teoría, no sé si equivocada o no, sobre
la relación de periodistas con textos de
periodistas: que buena parte del gremio
tiende a marcar distancia, al menos públicamente porque si admites que lees un texto, y sobre todo si lo elogias por el modo en que está escrito
más allá de si estás de acuerdo con la tesis de fondo, corres el riesgo de que pueda parecer que ‘
copias’ y no aportas nada nuevo. Quizá
sea una patología pero en este mundillo
se tiende a creer que somos los primeros
en todo, incluso en contar nuestra vida,
lo que ya es el colmo del papanatismo o del ego inflamado que se mueve por ahí
desde mucho antes de Twitter y Facebook.
Supongo que el día que asuma que se puede escribir algo nuevo después
de Proust, también conseguiré compartir todo lo que llevo dentro. Me ha interesado la sinceridad de Juan
Cruz aunque me asuste el énfasis que pone en realzar su entrega casi religiosa
al oficio y su defensa a ultranza, sin apenas un grieta que deje pasar dudas
razonables, sobre el diario El País que, opino, ya no es la bandera que
en los años que siguieron a 1976 íbamos a buscar cada mañana a los quioscos y
que un aciago domingo de diciembre de 2010
llevo a la portada del semanal a Belén Esteban y la presentó como
‘princesa del pueblo’. “¿Qué si no siento la necesidad de escribir un libro?
Pues no, si hasta Belén Esteban escribe libros”, me contestó el otro día Sobral, Gabriel Ferret, mi ácrata de cabecera, cuando le pregunté por eso. Sobral siempre da el consejo oportuno
(mal que le pese admitirlo), está de
vuelta de todo y que lo ha hecho todo, incluso textos que luego firmó Camilo
José Cela.
Seguramente
lo que me impide ver a mí el periodismo como un sacerdocio o una religión sea el hecho de que yo escriba
en periódicos sin haber pasado por una
facultad de Ciencias de la Información. Mi curiosidad es de ida y vuelta. Me
gusta vivir las historias desde dentro, y hasta contarlas ( y por eso intento recopilar lo que he vivido desde que llegué
al Baleares en 1984) pero me gusta, como
estos días, pasarme horas leyendo periódicos
de papel. Cierro de momento la mochila y el paréntesis de este verano, el tiempo en que la reflexión no tiene que ser de urgencia,
como volverá a serlo en cuestión de horas, y la comparto en la red. Qué, por qué y para qué, aún
no lo sé. De momento sólo me atrevo a con el quién (que sería yo) y el dónde: entre Palma
y Boquiñeni (Zaragoza) en el mes de
agosto de 2017, el de los atentados de Barcelona.
(PS. // Un diario, El País, oculta hoy su portada ya que se vende encartado por la publicidad de un coche. Aún así, compro a ciegas y me pregunto qué habría pasado si eso hubiera ocurrido al día siguiente de los atentados. ¿Se habrían tapado las fotografías? Ay, qué irrelevante puede resultar todo, hasta lo trascendente)
(PS. // Un diario, El País, oculta hoy su portada ya que se vende encartado por la publicidad de un coche. Aún así, compro a ciegas y me pregunto qué habría pasado si eso hubiera ocurrido al día siguiente de los atentados. ¿Se habrían tapado las fotografías? Ay, qué irrelevante puede resultar todo, hasta lo trascendente)
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