Creo que no
ha sido un mal año. Por ejemplo, supe este 2016 que existía la séptima función del lenguaje, gracias al
libro de Laurent Binet, que se llama
así, La séptima función del lenguaje. Y
siempre podré presumir de haber hablado, por fin, con Enrique Vila-Matas y de contar, hasta el agotamiento, que Paula de
Parma me dijo que a él le había gustado lo que escribí. Este año caí otra vez
en sus redes (y en la confusión de
historias, situaciones y personajes) con Marienbad eléctrico y Porque ella no lo pidió. Se me revolvió la conciencia y me hice muchas
preguntas sobre dónde está el límite de nuestra resistencia con La zona de
interés de Martín Amis. En pleno
verano, La España vacía de Sergio del Molino, tuvo el efecto de un gran viaje
hacia el interior y a los lugares de un país
que guardamos idealizado. Y aunque a él, al autor, no le gustaría nada esa comparación, el efecto de ese
libro fue similar al
que me provocaron hace décadas los cuatro tomos de Gárgoris y Habidis de Sánchez Dragó. Los buenos libros te llevan
a otros. La España vacía me llevó a El Viaje
de don Quijote, de Julio Llamazares, que incluye una referencia Boquiñeni, el único
lugar al que he viajado físicamente este año y en el que paso la mayor parte de
mi imaginario. Allí, en un bar de
Boquiñeni, hablé, en junio, con David Garcés, el promotor de Zarracatalla, un proyecto de
escritura coral. Por ejempo, Tay Todos. Un libro breve, La
oposición, de Alfonso Mateo-Sagasta me inyectó mi droga favorita, la de la
confusión en el espacio tiempo. Y una posibilidad seductora e inquietante, que la Historia es un género literario y que el
presente no es consecuencia del pasado, sino que (más bien) del modo en que
contamos el pasado es consecuencia del presente. Acabo el año, con las últimas
páginas de Patria, de Fernando Aramburu, un puzle que, encajadas todas las piezas, muestra lo que fue el universo vasco en
tiempos de ETA. Creo que empezaré 2017 con The Time of mi Life, de Hadley Freeman; un regalo especial que viene con una esperanzadora proclama en
su solapa: “Un ensayo sobre cómo el cine de los ochenta nos enseñó a ser más
valientes, más feministas y más humanos”.
Los años pueden ser muchas cosas, también los
libros que lees, o por qué los lees. Y todas las respuestas a preguntas sobre cómo llegaron hasta ti, o a dónde te
llevaron, o quién te los regaló, o quiénes han estado a tu lado cuando los
leías.
Empieza un
nuevo año y pienso en Victor. Ha cumplido cinco, es el nieto de mi hermana y
eso me lleva a pensar que estoy en la edad de ser abuelo. Supongo que, por eso,
llevo con orgullo (o no sé cómo
llamarlo) lo que me contaron el otro día, y que ahora desvelo ante la puerta de
2017: que había sido “el primero de su clase” en aprender a leer. Y que
mientras el resto estaba con letras y sílabas, él ya iba por las palabras y por las frases enteras.
Y delante de mí le dieron un periódico y leyó enterito el
titular grande de la portada. Y, en ese momento, me dije que ya tengo motivos para felicitar el año
nuevo.
No sé cuando
te llegará, pero ya te digo, entre dos años, que algún día sabrás, Victor, que
me diste la idea sobre lo que tenía que contar cuando arrancara 2017, que
tiene que ser el año de los pequeños gestos, el año de las pequeñas
victorias y de las pequeñas cosas, el
año de las minúsculas, que son las más grandes. Es verdad que lo
empezaremos con los peores temores sobre
un grandullón, el próximo presidente de los Estados Unidos de América (que tomará posesión coincidiendo con las
imaginarias fiestas de Palma) y hasta viviremos con el alma en vilo sobre hasta
dónde lo aguantarán allá. La buena noticia es que columnas de mujeres van a
salir a la calle en Washington, Boston, New York y California (y, seguramente
en toda Europa, y también en España) para recordarle que están allí y que el
mundo es, preferentemente, de ellas. Ellas, como siempre ha ocurrido, nos
ayudarán a recordar que este 2017 tienen que ir cayendo barreras e ideas
preconcebidas. Allá, pero también aquí.
Este 2017
será el año de las minúsculas, que son las más grandes.
Caerán, por
ejemplo, las mayúsculas. Y, con ellas, las frases hechas y los plurales
mayestáticos a la hora de contar la Historia. Este 2017 no nos quedará más
remedio que organizarnos individualmente. Yo, tú, él, ella, nosotros y
nosotras. Y vosotras y vosotros. Y ellas y ellos. Este es un año que nos tiene
que dar, desde la tranquilidad relativa,
para reflexionar sobre qué nos ha pasado en el anterior. De cómo, por lo
que se refiere a este país, dejamos escapar
la oportunidad de cambiar el mapa político. Habrá que preguntarse si
hicimos todo lo necesario, y si nos equivocamos. O si de verdad queríamos que
nada cambiase. Yo, tú, él ella, nosotros y nosotras vamos a empezar a cambiarlo
todo desde abajo, como hormigas minúsculas. Creímos, por un momento, que los
nuevos dioses venían con algo nuevo que decir o que hacer. Y no lo hicieron.
Algunos querían volar alto y se quemaron. Otros se cortaron la cabeza y las
manos en guerras que no explicaron. Y ahora es nuestro turno. Queda mucho por
hacer. Mucho que escribir. Y mucho que leer. Espero que sea contigo, Victor. Feliz 2017.