sábado, 31 de octubre de 2015

Podemos es el PSOE de la Transición

Creo que, como en Regreso al futuro 2, hemos viajado en el tiempo,  lo hemos alterado y   regresado a un momento paralelo o alternativo. Concretamente a una Transición alternativa en la que el PP es la AP del 77, la nueva UCD es lo que va de Ciudadanos al PSOE y  Podemos es el PSOE anterior a su 28 congreso. Queda por ver si los restos de IU se decidirán a ser el PCE.

Casi todo está inventado. Tarde o temprano –previsiblemente antes de las elecciones- Podemos tendrá que dar con un icono de campaña similar al que representaron los carteles que José Ramón Sánchez ideó para el PSOE en las generales de 1977 y las municipales de 1979. Eso ocurrió  antes del congreso, el 28, en el que Felipe González dijo  aquello de  “compañeros, hay que ser socialista, antes que marxista”. Aquel día  de mayo del 79, González cambió de discurso y tres años después llegó a la presidencia del Gobierno y nos llevó por un camino que, posiblemente, no era el que imaginó cuando le llamaban 'Isidoro'. Visto desde el 2015 de hoy, diríamos que fue cuando se cortó la coleta.

Pablo Iglesias es el Felipe González anterior al congreso de 1979,  aunque previsiblemente  no lo sepa  o no quiera admitirlo. La vida política española actual parece surgida de alguna  alteración en el espacio tiempo como las que llenaban Regreso al futuro 2, que ahora ha cumplido 30 años.

 España vive una transición alternativa. Si hemos vuelto a 1979, UCD ganará las elecciones; es decir que lo que va entre Ciudadanos y el PSOE será el protagonista. Si ya estamos  en el 82 alternativo, gobernará Podemos. Aunque yo no estoy muy seguro de que eso vaya a suceder ya.  ‘Podría’ haber ocurrido si los comicios hubieran llegado inmediatamente después de las europeas de 2014. Si no sucede eso, y siguiendo el guión de las fábulas sobre los ciclos del tiempo (que, por otra parte, se parecen  tanto al análisis de la historia de Oswald Spengler), habrá que esperar un poco más. 
Todo está inventado. Todo es previsible. Hasta la sorpresa.

domingo, 23 de agosto de 2015

El primer contrato (y algunos apuntes de los últimos días del Baleares cuando era un periódico del Estado)




 Encontré el otro día un recibo de prestaciones por desempleo del Ministerio de Trabajo correspondiente al mes de junio de 1984. Un impreso que agotaba los 90 días de paro que me correspondieron después de mi primer contrato de trabajo: seis meses en el diario Baleares, cuando lo editaba un organismo estatal llamado Medios de Comunicación Social del Estado que había heredado, para su posterior liquidación, la cadena del periódicos  “del Movimiento”.  El Baleares, el diario Alerta de Santander y el diario Pueblo, el periódico de los sindicatos franquistas, fueron los últimos que salieron a la calle con el patrocinio del Estado.  Fue el 17 de mayo de aquel mismo año. Ese día, el titular de apertura del periódico, acompañado de un editorial titulado ‘Hasta pronto’, era ‘Empresarios mallorquines compraron Baleares’. Un antetítulo precisaba que los compradores estaban “relacionados con Ultima Hora”.
Cuando salió a la calle ese   ejemplar, todavía me quedaba un mes de paro. Visto con la perspectiva de 31 años después, la cantidad mensual por desempleo, parece astronómica y por eso la  he tenido que mirar  varias veces: 89.160 pesetas de entonces, que equivalen a 535,86 euros de hoy. Eso quiere decir que, con mi primer contrato de seis meses, de septiembre de 1983 y a punto de cumplir 22 años,  cobraba aproximadamente lo mismo que algunos primeros sueldos que se pagan hoy. Es lo que tiene empezar por arriba, o con un sueldo 'alto'. Que luego, vas descendiendo.
Mateo Ramonell,  ahora en RTVE, al que he seguido viendo; Manuel García Vilches –del que ya no he vuelto a saber nada- y yo mismo fuimos, en septiembre de 1983, los últimos contratados por la sociedad estatal de periódicos cuando ya estaba en liquidación. Ignorábamos entonces que asistíamos al final de una época. 
El director del ‘Baleares’ se llamaba Heliodoro Muñoz y había aparecido hacía unos meses por  Mallorca  después del triunfo del PSOE en las elecciones del año anterior que llevaron a Felipe González a la presidencia del Gobierno. Entonces, a los directores del Baleares  los nombraban desde Madrid. Heliodoro Muñoz  no se fiaba de nadie, ni de quienes sobrevivían de la ‘época del Movimiento’ ni de los ‘comunistas’ que, poco a poco,  habían ido incorporándose a la redacción. Supongo que por eso se fijó en mi. Por eso y porque se  había encontrado en el cajón de su mesa con unas  cuartillas  mías escritas a máquina que habían sobrevivido  allí al paso de sus antecesores.  Aquel director tenía poco margen, el periódico estaba en fase de liquidación, y la única opción que le quedaba eran  contrataciones temporales que no llegaran a consolidarse cuando el diario saliera a subasta.


 En el Baleares  de entonces  convivían varias generaciones, varias ideologías y cada cuál tenía un proyecto de cómo debía ser el futuro. Dos años  antes,  el director, también  nombrado ‘desde  Madrid’, era otro.  Se llamaba Pedro Ignacio González   y recuerdo que me encargó una serie de reportajes sobre ‘el Gran i General Consell’ ,  que era el referente medieval en que se miraba el ente preautonómico. Yo estoy convencido de que cuando me encargó esos reportajes también él quería saber de qué iba todo aquello. La redacción y los talleres  del periódico se habían trasladado en 1981  del centro de Palma a un polígono de empresas, el de Son Castelló,  y  ahí le llevaba  yo mis  folios escritos a máquina. El los leía delante de mí en su despacho y me insistía en la importancia de ‘la percha con la actualidad’, que era lo que justificaba que una historia  tan alejada en el tiempo pudiera publicarse en un diario local. Era yo entonces  un colaborador ocasional que había empezado como  ‘recomendado’ del jefe de Deportes, Lorenzo Ripoll,  y no fue hasta que llegó Heliodoro Muñoz, -un maestro rural que había trabajado en la agencia estatal de noticias y que sustituía a Pablo Llull,  histórico del periódico, que también  ocupó brevemente la dirección-  cuando me incorporé al diario.
Cada uno (digo cada uno porque creo que sólo había una mujer periodista, Elena Checa) iba a su bola; unos no se hablaban con otros y en la redacción convivían los dos mundos lampedusianos, el que se desmoronaba y el que nacía.  Heliodoro me llamaba de vez en cuando y hasta me encargaba que escribiera algunos editoriales, además de otras tareas que no quería hacer nadie más. Algunos  veteranos nos miraban con suspicacia a los recién llegados  y recuerdo cómo un periodista me dijo que tenía  que explicarle exactamente qué estaba haciendo yo pues él formaba parte  del comité de empresa, que  para entonces exploraba la posibilidad de crear una cooperativa para que el periódico siguiera publicándose cuando lo dejara el Estado,   y tenía que estar al tanto de los contratos. No era para menos. Todo el personal del periódico tenía opción a trabajar para la Administración cuando la empresa estatal se liquidase. Quien se quedará con el Baleares se lo quedaría sin personal y libre de cargas. Nuestro contrato ya había vencido cuando el 17 de  mayo de 1984 salió a la calle el último Baleares estatal pero todavía colaboraba.  El director me había encargado incluso el especial que resumía la historia del periódico, desde 1939 hasta entonces. 

“La sucinta historia  que narramos en estas páginas –escribía Heliodoro Muñoz en la portada de aquel monográfico que se publicó el 26 de febrero de 1984- no ha de entenderse como crítica de una época superada, ni de las sucesivas etapas durante las cuales ‘Baleares’ fue recorriendo el devenir de España y el quehacer cotidiano del archipiélago”. Y añadía: “Un hombre joven, que vivió la mitad de su vida en la era del general Franco y la otra en la democracia la ha construido a matacaballo, como en periodismo se hacen todas las cosas. Y desde la atalaya de su supuesta objetividad ha oteado el pasado con mirada limpia de prejuicios y el catalejo de compresión al contexto del tiempo que fue configurando el periódico”.  Supongo que a algo así se refería Hegel cuando aludió al  ‘deseo de reconocimiento’   que hoy tiene en los ‘tuits’ y en las redes sociales una forma práctica de exhibirse y multiplicarse.
Aquel suplemento aún enrareció más el ambiente. Hubo periodistas que se negaron a participar, redactores que no quisieron escribir disconformes con el proceso de adjudicación que se había puesto en marcha y  veteranos de la ‘vieja guardia’ que no daban por inminente la muerte del diario   y que cuestionaron, incluso, el orden en que se publicaban los artículos. En realidad, dos o tres periodistas, entre ellos  Pablo Llull y Jaime Jiménez, estaban al tanto del trasfondo de la negociación e intuían cómo iba a acabar todo. Jaime, aquellos días, bromeaba mucho y su frase favorita era decir "Estamos subastados". Hasta que llegó el día definitivo.
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‘Baleares no ha muerto’ fue el titular del 22 de mayo de 1984, después de cuatro días de ausencia de los quioscos. Lo editaba Premsa Nova SA y llevaba en su primera página un artículo editorial titulado ‘El nuevo Baleares libre’
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 Meses  atrás, concretamente el 17 de diciembre de 1982, había tomado  posesión de su  cargo el nuevo  gobernador civil de la provincia, el primero que nombraba en las islas el  gobierno socialista. Se llamaba  Carlos Martín Plasencia. Era leonés, un abogado de 36 años que en 1979 había acudido a la sede del PSOE, en la calle Santa Engracia de Madrid, para ofrecerse como economista. Habló con un mallorquín Emilio Alonso, entonces responsable de Finanzas del partido y pronto congeniaron. De hecho su influencia fue decisiva en 1982 para aquel  nombramiento. El mismo día de su toma de posesión, visitó la sede del periódico. Heliodoro Muñoz llegaría en abril del año siguiente. Y, con él, mi primer contrato.   Guardado queda en esta caja de cosas.
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miércoles, 22 de julio de 2015

Mozart, el nuevo Gobierno e IB3

Principios de los ochenta. Cuando El País era El País, Manuel Vicent escribió un artículo que se titulaba ‘No pongas tus sucias manos sobre Mozart’.Contaba que presenciaba una fiesta que había organizado su hija, educada en una cultura de izquierdas, cuando alguien se acercó a un disco de Mozart. Y que él, que aceptaba todo, no pudo menos que saltar para evitar que lo cogiera. ‘No pongas tus sucias manos sobre Mozart’. Eran los años en que todo parecía permitido; Felipe había ganado las elecciones en España y se inició la época aparentemente más libre que ha vivido este país, aquellos ochenta en los que todo se veía  posible.
Quizá algo de razón tengan los de Podemos cuando nos dicen que nos creímos demasiado la Transición y que la hemos idealizado. Quizás. Pero la realidad es que los de Podemos, aquí en Baleares y en otras ciudades y comunidades, han  jugado un papel determinante para que los herederos, y herederas, del socialismo de los ochenta vuelvan a gobernar.
Hasta es posible, y estos días se ha visto en  las Islas, que  hayan soñado con IB3, la televisión autonómica  y  los medios de comunicación. Un nuevo gobierno acaba de estrenarse y sólo se me ocurre tomar prestado parte del titular de Vicent, que no pongan  sus manos sobre los medios de comunicación, ni siquiera sobre IB3.
No escribiré sus ‘sucias manos’, porque nada hay tan limpio como gobernar tras unas elecciones. Pero sí, que será un gran error extender su poder sobre los medios. Que no los compren, por favor. No sirve para nada. Ni con los públicos, ni con los privados.
IB3 no le ha servido a ningún gobierno autónomo para ganar las elecciones. Lo intentó Matas, y resultó bochornoso, cuando se la inventó.  Gastó y gastó y dio programas a amistades del poder que abochornaron al personal y no sirvió para nada. Tampoco a Bauzá le ha servido para nada controlar IB3. De hecho, el último presidente del Govern se equivocó mucho con la tele autonómica. Pero no más que los dos gobiernos de Antich con los medios privados. Tanto  Jordi Bayona, que iba de ‘guay’ con algunos medios (hasta que salió trasquilado) como Gina Garcías, posiblemente la peor responsable de comunicación de un gobierno de izquierdas, fracasaron estrepitosamente. Es de suponer que Francina Armengol hará todo lo contrario. Garcías nunca entendió lo que era IB3 (su gobierno debatió cerrarla unos días y empezar de cero) y se pensó que con llamar a quejarse a los medios privados bastaba. Craso error.
El nuevo gobierno ha empezado mal con IB3. Y no hace falta reunir a una comisión de expertos para definir el proyecto. Basta con que aclare si quiere una televisión o un telediario. Basta con que defina si conviene invertir en una tele en la que se puedan ver programas varios o sólo en un informativo diario. El coste será diferente. Pero también es posible que ambas propuestas sean compatibles si, de entrada, no ponen las manos en los informativos. Obviamente, tampoco se trata de que el modelo de televisión pública lo decidan las demás empresas del sector. Sería como dejar el futuro del hospital de  Son Espases en  manos de la  clínica  Juaneda o la Rotger.
 Los gobiernos están para tomar decisiones.
Otro día,  más.

jueves, 23 de abril de 2015

Padre nuestro, que estás en los libros

 Cada noche anterior al 23 de abril dejo en la mesilla las palabras que nunca ordené y convoco a todos los fantasmas para la misa del día siguiente. Sé que tarde o temprano se me aparecerá Proust y que le culparé de no atreverme a escribir. Ni siquiera esa historia soñada, que encabeza mi cuaderno de principios que no terminaré: la de un tipo que se las ingenia para viajar en el tiempo y suplantarle después de  impedir que se conozcan sus padres, que no llegue a nacer  y, como consecuencia,  no escriba   Por el camino de Swann y el resto de la serie del  Tiempo perdido.   Habré tenido un sueño intranquilo, o no habré pegado ojo por miedo a despertar convertido en un horrible insecto como advierte Kafka, y saldré a la calle con la misma devoción religiosa  que, días atrás, otras personas han puesto en visitar iglesias y desfilar entre cera y procesiones. Me crezco cada 23 de abril y es el único día en que me atrevo a proclamar que me corroe la envidia. En días como hoy, por calles en las que los libros se ponen sus mejores galas y  silban a nuestro paso, me dejo de medias tintas. Sólo entonces reconozco  que admirar y envidiar son sinónimos. Honrarás a quienes te dieron a probar el fruto de la ciencia del bien y del mal, que son los libros, y envidiarás a quienes los escribieron. Este es el nuevo mandamiento. Me confieso sectario de esa religión, de la Iglesia de las Santas Palabras, y confieso que he pecado. Confieso Padre que me carcome la envidia cada vez que sonrío o doy la mano de la paz a quienes son capaces de construir historias además de juntar palabras. Confieso que cada noche anterior al Día del Libro noto  el fuego del infierno y me dejo llevar por la soberbia pensando que un día también escribiré yo una historia de doscientas páginas o más. Como si Proust nunca hubiera existido y aún quedaran paraísos que recrear con el sabor de la magdalena. Amén.

(Publicado, con ligeras variaciones,  en el diario Ultima Hora del 23 de abril de 2015)