Entre el 14 de marzo y el 19 de junio de 2020 España vivió en estado de alarma. Nunca en democracia se había tomado una medida así. Suponía limitar la movilidad de las personas y también sus libertades, incluída la de salir a la calle. Fue la respuesta del Gobierno estatal -una respuesta similar a la de otros gobiernos del mundo- a una pandemia, la de la covid-19, provocada, al parecer, por un virus mutante al que se bautizó como SARS-cov-2, que se detectó por primera vez en la ciudad china Wuhan y que, supuestamente, había saltado de animales a humanos. Todos los ingredientes, en fin, para una historia que nos situaba en un escenario distópico que sólo acertábamos a relacionar con el cine o la literatura. Lo que sigue es una mirada a aquellos días, escrita al momento, mientras las cosas iban sucediendo, que va de lo general a lo particular y que tiene más preguntas que respuestas.
Así, entre lo general y lo particular, observando y tomando nota de lo que acontecía, vivió la inmensa mayoría de la gente todo aquello: relatando en directo lo que estábamos protagonizando. Nadie nos había preguntado antes qué papel queríamos jugar, ni si queríamos jugar alguno. Sencillamente estábamos allí y, por ese motivo, estrenamos los momentos a la vez que los recordábamos.
Es posible que todo lo que sigue sea sólo la primera parte de algo que aún no sabemos cómo terminará y, ni siquiera, si terminará. Esto es lo que se percibe desde julio de 2020 y desde unas vacaciones de verano diferentes a las demás. Seguramente cualquier otro año habría estado en Boquiñeni (Ribera Alta del Ebro, Zaragoza) y allí hubiera afrontado lo que me había planteado como epílogo y que se quedará, finalmente, en prólogo.
De cualquier manera, el escrito que sigue es el reflejo de unos meses previos y con alusiones y detalles que serán referidos hasta la saciedad en cualquiera de las crónicas del momento: que empezamos a ver gente con mascarillas (y que nos las pusimos), que la gente paseó perros, que descubrimos el silencio a la vez que el trino de los pájaros, que se salía al balcón, que anotamos palabras nuevas, que nos preguntamos por la libertad y sobre el momento en que empezamos a ceder y hasta dónde llegaríamos.
De lo general a lo particular. Y por eso habrá que aludir a los expedientes de regulación temporal de empleo, a los ERTE. Uno afectó a la empresa donde trabajo. Ah!, que no lo había dicho; que, profesionalmente, me dedico a eso que llamamos periodismo. Por eso en las páginas siguientes me pregunto tanto por el papel que juega el periodismo. Dejo opiniones mías y otras que me llevaron a la reflexión. Y cuento cómo afectó el ERTE a mi día a día y cómo lamenté la histórica desmovilización laboral y sindical que nos caracteriza. Que si la desmovilización es siempre una muy mala noticia, en tiempos de crisis es una tragedia. Hubo, cómo no, momentos de esperanza; también, y en lo que a mí se refiere, relacionadas con los medios de comunicación. Llegué a imaginar, por cierto, que el día 31 de marzo de 2020, sería en UH como aquel 21 de julio de 1969 y que asistía a lo más parecido a un pequeño paso para un hombre (y sobre todo para una mujer) pero a un gran salto para la humanidad. Lo cuento, también, en la historia que viene ahora.
Así, entre lo general y lo particular, observando y tomando nota de lo que acontecía, vivió la inmensa mayoría de la gente todo aquello: relatando en directo lo que estábamos protagonizando. Nadie nos había preguntado antes qué papel queríamos jugar, ni si queríamos jugar alguno. Sencillamente estábamos allí y, por ese motivo, estrenamos los momentos a la vez que los recordábamos.
Es posible que todo lo que sigue sea sólo la primera parte de algo que aún no sabemos cómo terminará y, ni siquiera, si terminará. Esto es lo que se percibe desde julio de 2020 y desde unas vacaciones de verano diferentes a las demás. Seguramente cualquier otro año habría estado en Boquiñeni (Ribera Alta del Ebro, Zaragoza) y allí hubiera afrontado lo que me había planteado como epílogo y que se quedará, finalmente, en prólogo.
De cualquier manera, el escrito que sigue es el reflejo de unos meses previos y con alusiones y detalles que serán referidos hasta la saciedad en cualquiera de las crónicas del momento: que empezamos a ver gente con mascarillas (y que nos las pusimos), que la gente paseó perros, que descubrimos el silencio a la vez que el trino de los pájaros, que se salía al balcón, que anotamos palabras nuevas, que nos preguntamos por la libertad y sobre el momento en que empezamos a ceder y hasta dónde llegaríamos.
De lo general a lo particular. Y por eso habrá que aludir a los expedientes de regulación temporal de empleo, a los ERTE. Uno afectó a la empresa donde trabajo. Ah!, que no lo había dicho; que, profesionalmente, me dedico a eso que llamamos periodismo. Por eso en las páginas siguientes me pregunto tanto por el papel que juega el periodismo. Dejo opiniones mías y otras que me llevaron a la reflexión. Y cuento cómo afectó el ERTE a mi día a día y cómo lamenté la histórica desmovilización laboral y sindical que nos caracteriza. Que si la desmovilización es siempre una muy mala noticia, en tiempos de crisis es una tragedia. Hubo, cómo no, momentos de esperanza; también, y en lo que a mí se refiere, relacionadas con los medios de comunicación. Llegué a imaginar, por cierto, que el día 31 de marzo de 2020, sería en UH como aquel 21 de julio de 1969 y que asistía a lo más parecido a un pequeño paso para un hombre (y sobre todo para una mujer) pero a un gran salto para la humanidad. Lo cuento, también, en la historia que viene ahora.