lunes, 12 de noviembre de 2018

Rosebud (Una aproximación a Pedro Serra)


Empecé a llenar esta caja de cosas sabiendo que, tarde o temprano, tendría que meter a  Pedro Serra. Y sabiendo, también, que antes de mostrar su contenido íntegro tendría que dejar pasar el tiempo o hacerlo poco a poco. Pedro Serra murió el 2 de noviembre de este año;  desde entonces se han publicado artículos de quienes le conocieron y, aunque no vaya a resultar una empresa fácil,  ya no puedo resistirme  a  compartir una primera aproximación sobre una figura clave en el periodismo balear y en el modo de entender éste y su relación con el entramado de la política y de la cultura. Y, también, sobre  lo que significa el poder y  cómo ejercerlo. Hala  pues, como dirían en Aragón.

El domingo siguiente a la muerte de Pedro Serra me pasé por  la exposición de  los 125 años de Última Hora que, coincidiendo con ese aniversario del  periódico,  ha estado abierta en el Museo de es Baluard.  Quería verla en soledad, con la mayor tranquilidad posible, sin prisas ni protocolos cargantes (días atrás la habían visitado los Reyes) y, entre paneles, portadas, vídeos, fotografías y otros elementos relacionados con la historia del  diario, intentar  captar (quizá)  alguna voz que diera respuesta a la primera pregunta que habría planteado yo  a Pedro Serra de haber tenido ocasión de hacerle una entrevista en profundidad: qué, o quién, fue su Rosebud.

‘Rosebud’, lo último que dijo Charles Foster Kane, trasunto del magnate de la prensa estadounidiense  William Randolph Hearts. Rosebud, el trineo que el Ciudadano Kane dejó abandonado en la nieve en su infancia y que, según la secuencia final de la película de Orson Welles, terminó consumiéndose en el fuego sin que nadie tuviera tiempo a rescatarlo  y descifrar su mensaje.  No hallé respuesta en es Baluard pero hay un libro que arroja algo de luz  y que vale (o a mí me lo parece)  para tirar del hilo que puede conducir  a  algo parecido a lo que pudo ser y  dónde quedó su  Rosebud, que yo creo que tiene que ver con  Sóller. Estoy hablando de un libro de Francesc Bujosa. Se titula  En diàleg amb Pere A. Serra (Lleonard Muntaner Editor, Palma 2001) y  se fundamenta en   largas conversaciones entre ambos. Las   primeras páginas se centran en la niñez  y hay un momento en que, los dos, dialogan sobre  los árboles. Pedro Serra (PS)  le cuenta que a él siempre le han gustado  y que le emociona pensar que ya daban frutos en la época de sus antepasados (curioso, tengo que comentárselo a Pepe Massot, que ha titulado  su biografía de Joan Miró, ‘El niño que hablaba con los árboles’). PS, en esas primeras páginas, también detalla que  otro  recuerdo  de su infancia es cuando  cogía  anguilas de  los torrentes.  Explica  cómo se llevaba animales vivos a casa y Bujosa, echando mano del psicoanálisis, le pregunta si no estará en esa afición  de la infancia , reunir animales vivos, lo que le llevó luego a ser coleccionista de arte. Y no lo plantea Bujosa, pero quién sabe si también de  artistas y de sus historias.

De esa parte del libro, que anoté y subrayé en su momento, lo que no he olvidado es la reflexión de PS sobre el Myotragus balearicus,  cabra u oveja balear,  especie endémica de las Islas que desapareció hace miles de años, posiblemente (según una  tesis que PS da por buena y que me parece fascinante) cuando intentaron domesticarla. Es una historia muy bonita, que me ronda la cabeza desde que la leí, y que me da mucho que pensar. Igual que una obra de teatro, El okapi –de Ana Diosdado, estrenada en 1972­-,  que incide en eso mismo y cuenta la historia de un vagabundo conocido por  Okapi (como  la   jirafa del Congo  que no puede vivir en cautividad) y  que, después de  un accidente,   va a parar a un asilo donde muere  porque no soporta el encierro. Las  dos historias, la del myotragus y la del okapi, me acompañan siempre ya que tengo muy claro que el  día que te dejas domesticar en tu vida privada o en el trabajo - y desde luego en la profesión de periodista-   estás muerto.

Bueno, que me he ido por las ramas. En lo que yo estaba, y supongo que todavía estaré un tiempo, es preguntándome qué o quién (una persona, un  objeto, una idea, una apuesta o un sentimiento) fue su Rosebud. Pedro Serra definió una vez el museo de es Baluard como “un almacén de recuerdos”. Lo contaba en una entrevista que le hicieron, en 2004, a pocos días de la  inauguración. Recuerdo que  toda la sección de Local y Cultura  de Ultima Hora se movilizó y que yo me quedé, prácticamente solo, en la redacción. Era el nuevo. Meses atrás había dejado El Mundo huyendo de Eduardo Inda, sin ninguna duda el peor director de periódico que he tenido en mi vida. Era nuevo en Última Hora pero, años antes, concretamente en 1986, me había ido  del Baleares, que  Pedro Serra se había adjudicado  por  105 millones de pesetas en  1984  (al final de un proceso de subasta cargado de emoción y que todavía no está contado del todo y al que también optó  la empresa editora de El  Día,  que no tenía otro propósito que cerrarlo)  y fue entonces  cuando hablé con él por primera vez.

Ya lo he escrito alguna vez. Fue otro periodista,  Jaime Jiménez, el que  me acompañó a su despacho y le dijo que  escribía buenos artículos de opinión. Pedro Serra, tras la mesa (y previsiblemente fumando un puro, pero no sé si eso fue exactamente así o lo he recreado con el tiempo) abrió uno de los cajones y me dijo “ves, todo esto, son artículos de opinión, me sobran, lo que yo quiero son noticias”. Y me encargó que fuera con Pedro Prieto, reportero  a quien yo tenía por experto en misses y cotilleos, al puerto ya que había que informar de la llegada de un barco. El primer paso era hablar con los prácticos. No tenía ni idea de qué era un práctico. Fue lo primero que aprendí tras aquel encargo en Ultima Hora (aunque yo trabajaba para el ‘nuevo ‘ Baleares); que existían unos tipos llamados prácticos que, al parecer,  jugaban un papel decisivo  para la entrada y salida de los barcos.

Lo que no había contado hasta ahora es otra conversación, de esas que te marcan y que siempre me ha acompañado. Yo había regresado de una sesión  del Parlament, que entonces celebraba  plenos  por la tarde. Llegué a la redacción y ya estaba puesto el titular de lo que yo tenía que contar, las fotografías y hasta los pies de foto, supongo que siguiendo indicaciones ‘de arriba’.  Escribí el texto, me hice el ofendido (eso que se nos da bien en el periodismo), musité esas palabras que nos asaltan de vez en cuando en estos casos, léase  dignidad y tal, y me despedí diciéndole a Jaime Jiménez, que siempre ejerció de director a la sombra del Baleares aunque no lo nombraran hasta 1989,  que dejaba el periódico. Jaime  me  dijo algo así como “vale, vale, muy bien  niñín, hasta mañana, descansa”. Y quedamos que, al día siguiente, iría a ver a  Pedro Serra.

Aquella noche me puse muy trascendente, como es lógico, y me hice  una lista de ‘agravios’ en la que incluí, cómo no, que estaba muy mal pagado. De hecho, el paso del Balears del Estado al de la empresa privada, supuso la rebaja a la mitad de lo que llegué  a cobrar. En los últimos meses del Baleares que editaba Medios de Comunicación Social del Estado me habían pagado una cantidad que resultaba escandalosa para un principiante ya en aquella época. Como iban a subastar el diario,  y previsiblemente cerrarlo,  su último director, Heliodoro Muñoz, nos había hecho un contrato de seis meses a tres jovencitos que pensábamos que nos comeríamos el mundo, uno de ellos mi amigo Mateu Ramonell, que ahora está en la tele. Al día siguiente vi  a Pedro Serra. De aquella reunión salí con un ‘aumento’ de 5.000 pesetas al mes a cambio de publicar cada lunes una ‘entrevista diferente’ con jugadores del Mallorca (sólo entrevisté a un tal Hassan y a un chileno conocido como ‘Pindinga’) y unas palabras que no he olvidado y que aportan una visión de quien me las dijo que no he visto reflejada  en las muchas crónicas que se han escrito sobre él: “Entiéndelos, vienen del Movimiento y están acostumbrados a obedecer”. 

Aquella etapa del Baleares fue apasionante y la recuerdo acompañada de anécdotas. No sé si contar (sí, la voy a contar) una que tiene que ver con la manera de vestir que yo tenía entonces: de negro de los pies a la cabeza. Los primeros números del  nuevo Baleares se gestaban en una reunión que se celebraba por las mañanas en el sótano de Ultima Hora. Allá se  comentaba   lo que habían publicado los demás periódicos y lo que se podía hacer ese día. En una de esas reuniones, y eso lo sé  porque me lo contaron, se habló  algo  de mi  vestimenta y hasta de la oportunidad de darme un extra para comprarme ‘un traje’. No hubo necesidad y   seguí combinando mis dos americanas de pana negras con pantalones del mismo color hasta que me cansé. Mi etapa en el Baleares, el estatal y el privado, fue inolvidable, iniciática,  y no puedo menos que recordar a una figura fundamental  de esa época, a Gabriel Ferret Sobral, ‘Sobral’, mi ácrata de cabecera, un hombre valiente donde los haya  que se encargaba de los editoriales y escribía artículos de opinión (aún los escribe, ahora en Última Hora) y que, además, me introdujo en la vida nocturna que, según ha recordado mucha gente estos días, tan relacionada estuvo con esos años del periodismo. Gracias a ‘Sobral’ conocí a David y a Emi Fernández Miró que, a su vez, también me descubrieron detalles y vivencias que  me ayudan  a llenar  esta caja de cosas que abro de vez en cuando.
Estos días se han publicado muchos artículos. En casi todos, como hago yo en este escrito, suele recordarse la primera vez que el  autor o autora habló con Pedro Serra o  bien (como gesto de aparente distanciamiento)  se inician  con ‘Nunca he hablado con Pedro Serra’. De todos los que se han escrito hay dos que, en mi opinión, destacan sobre los demás y que, cruzándolos o en una lectura superpuesta, ayudan a conocerle. Uno es de Javier Mato. Lo publicó El Mundo y se titula ‘Pere Serra, un hombre imponente’. El otro es de Pedro Comas, que dejó la dirección de Última Hora en 2014, y se llama ‘Aprendimos a ser periodistas’. No lo firma como consejero editorial sino como ‘redactor y director de Última Hora con Pedro Serra’.
Quédense con esos dos artículos  y de ahí escarben, que es la única manera de ejercer el periodismo, también en esta era absurda de las redes sociales donde lo que manda es la inmediatez. De todos modos, y  ya cierro esta caja de cosas, el mejor artículo sobre Pedro Serra y lo que ha sido Última Hora lo escribió el propio Pedro Serra. Es la necrológica que publicó en julio de 1999 tras la muerte de Paulí Buchens. Se llama ‘Paulí y el Parc de la Mar’.
El artículo alude a la primera vez que Pedro Serra habló con él  e incluye el siguiente párrafo que no me resisto a reproducir:  “Recuerdas, Paulino, cuando nos conocimos. Tú acababas de estrenar la alcaldía de Palma, convirtiéndote en el alcalde más joven de España. Yo acababa de estrenar mi presencia en Última Hora. Entonces me sentía un ‘enfant terrible’  y deseaba con mi primer diario en castellano ser fuerte, independiente e insobornable. El día que, contra todo pronóstico, fuiste nombrado alcalde, Última Hora te dio un buen varapalo, que yo mismo escribí, debido a que no nos quisiste ofrecer –con buen criterio político, debo confesar y lo confieso-  una entrevista en exclusiva. No te enfadaste, más bien me visitaste en los sórdidos sótanos de mi despacho del Paseo Mallorca donde se imprimía el diario. Allí, creo, empezó una larga, segura y firme amistad”.

Sobra todo lo demás que pueda escribirse.