Empecé a
llenar esta caja de cosas sabiendo que, tarde o temprano, tendría que meter
a Pedro Serra. Y sabiendo, también, que
antes de mostrar su contenido íntegro tendría que dejar pasar el tiempo o
hacerlo poco a poco. Pedro Serra murió el 2 de noviembre de este año; desde entonces se han publicado artículos de
quienes le conocieron y, aunque no vaya a resultar una empresa fácil, ya no puedo resistirme a
compartir una primera aproximación sobre una figura clave en el
periodismo balear y en el modo de entender éste y su relación con el entramado
de la política y de la cultura. Y, también, sobre lo que significa el poder y cómo ejercerlo. Hala pues, como dirían en Aragón.
El domingo
siguiente a la muerte de Pedro Serra me pasé por la exposición de los 125 años de Última Hora que, coincidiendo
con ese aniversario del periódico, ha estado abierta en el Museo de es
Baluard. Quería verla en soledad, con la
mayor tranquilidad posible, sin prisas ni protocolos cargantes (días atrás la
habían visitado los Reyes) y, entre paneles, portadas, vídeos, fotografías y
otros elementos relacionados con la historia del diario, intentar captar (quizá) alguna voz que diera respuesta a la primera
pregunta que habría planteado yo a Pedro
Serra de haber tenido ocasión de hacerle una entrevista en profundidad: qué, o
quién, fue su Rosebud.
‘Rosebud’,
lo último que dijo Charles Foster Kane, trasunto del magnate de la prensa
estadounidiense William Randolph Hearts.
Rosebud, el trineo que el Ciudadano Kane dejó abandonado en la nieve en su
infancia y que, según la secuencia final de la película de Orson Welles,
terminó consumiéndose en el fuego sin que nadie tuviera tiempo a
rescatarlo y descifrar su mensaje. No hallé respuesta en es Baluard pero hay un
libro que arroja algo de luz y que vale
(o a mí me lo parece) para tirar del
hilo que puede conducir a algo parecido a lo que pudo ser y dónde quedó su Rosebud, que yo creo que tiene que ver
con Sóller. Estoy hablando de un libro
de Francesc Bujosa. Se titula En diàleg
amb Pere A. Serra (Lleonard Muntaner Editor, Palma 2001) y se fundamenta en largas conversaciones entre ambos. Las primeras páginas se centran en la niñez y hay un momento en que, los dos, dialogan
sobre los árboles. Pedro Serra (PS) le cuenta que a él siempre le han
gustado y que le emociona pensar que ya
daban frutos en la época de sus antepasados (curioso, tengo que comentárselo a
Pepe Massot, que ha titulado su
biografía de Joan Miró, ‘El niño que hablaba con los árboles’). PS, en esas
primeras páginas, también detalla que
otro recuerdo de su infancia es cuando cogía
anguilas de los torrentes. Explica
cómo se llevaba animales vivos a casa y Bujosa, echando mano del
psicoanálisis, le pregunta si no estará en esa afición de la infancia , reunir animales vivos, lo
que le llevó luego a ser coleccionista de arte. Y no lo plantea Bujosa, pero
quién sabe si también de artistas y de
sus historias.
De esa parte
del libro, que anoté y subrayé en su momento, lo que no he olvidado es la
reflexión de PS sobre el Myotragus balearicus,
cabra u oveja balear, especie
endémica de las Islas que desapareció hace miles de años, posiblemente (según
una tesis que PS da por buena y que me
parece fascinante) cuando intentaron domesticarla. Es una historia muy bonita,
que me ronda la cabeza desde que la leí, y que me da mucho que pensar. Igual
que una obra de teatro, El okapi –de Ana Diosdado, estrenada en 1972-, que incide en eso mismo y cuenta la historia
de un vagabundo conocido por Okapi (como la
jirafa del Congo que no puede
vivir en cautividad) y que, después de un accidente, va a parar a un asilo donde muere porque no soporta el encierro. Las dos historias, la del myotragus y la del
okapi, me acompañan siempre ya que tengo muy claro que el día que te dejas domesticar en tu vida
privada o en el trabajo - y desde luego en la profesión de periodista- estás muerto.
Bueno, que me
he ido por las ramas. En lo que yo estaba, y supongo que todavía estaré un
tiempo, es preguntándome qué o quién (una persona, un objeto, una idea, una apuesta o un
sentimiento) fue su Rosebud. Pedro Serra definió una vez el museo de es
Baluard como “un almacén de recuerdos”. Lo contaba en una entrevista que le hicieron,
en 2004, a pocos días de la inauguración.
Recuerdo que toda la sección de Local y
Cultura de Ultima Hora se movilizó y que
yo me quedé, prácticamente solo, en la redacción. Era el nuevo. Meses atrás
había dejado El Mundo huyendo de Eduardo Inda, sin ninguna duda el peor
director de periódico que he tenido en mi vida. Era nuevo en Última Hora pero,
años antes, concretamente en 1986, me había ido
del Baleares, que Pedro Serra se
había adjudicado por 105 millones de pesetas en 1984
(al final de un proceso de subasta cargado de emoción y que todavía no
está contado del todo y al que también optó
la empresa editora de El
Día, que no tenía otro propósito
que cerrarlo) y fue entonces cuando hablé con él por primera vez.
Ya lo he
escrito alguna vez. Fue otro periodista,
Jaime Jiménez, el que me acompañó
a su despacho y le dijo que escribía
buenos artículos de opinión. Pedro Serra, tras la mesa (y previsiblemente
fumando un puro, pero no sé si eso fue exactamente así o lo he recreado con el
tiempo) abrió uno de los cajones y me dijo “ves, todo esto, son artículos de
opinión, me sobran, lo que yo quiero son noticias”. Y me encargó que fuera con
Pedro Prieto, reportero a quien yo tenía por experto en misses y
cotilleos, al puerto ya que había que informar de la llegada de un barco. El
primer paso era hablar con los prácticos. No tenía ni idea de qué era un
práctico. Fue lo primero que aprendí tras aquel encargo en Ultima Hora (aunque
yo trabajaba para el ‘nuevo ‘ Baleares); que existían unos tipos llamados
prácticos que, al parecer, jugaban un
papel decisivo para la entrada y salida
de los barcos.
Lo que no
había contado hasta ahora es otra conversación, de esas que te marcan y que
siempre me ha acompañado. Yo había regresado de una sesión del Parlament, que entonces celebraba plenos
por la tarde. Llegué a la redacción y ya estaba puesto el titular de lo
que yo tenía que contar, las fotografías y hasta los pies de foto, supongo que
siguiendo indicaciones ‘de arriba’.
Escribí el texto, me hice el ofendido (eso que se nos da bien en el
periodismo), musité esas palabras que nos asaltan de vez en cuando en estos
casos, léase dignidad y tal, y me
despedí diciéndole a Jaime Jiménez, que siempre ejerció de director a la sombra
del Baleares aunque no lo nombraran hasta 1989,
que dejaba el periódico. Jaime
me dijo algo así como “vale,
vale, muy bien niñín, hasta mañana,
descansa”. Y quedamos que, al día siguiente, iría a ver a Pedro Serra.
Aquella noche
me puse muy trascendente, como es lógico, y me hice una lista de ‘agravios’ en la que incluí,
cómo no, que estaba muy mal pagado. De hecho, el paso del Balears del Estado al
de la empresa privada, supuso la rebaja a la mitad de lo que llegué a cobrar.
En los últimos meses del Baleares que editaba Medios de Comunicación Social del
Estado me habían pagado una cantidad que resultaba escandalosa para un
principiante ya en aquella época. Como iban a subastar el diario, y previsiblemente cerrarlo, su último director, Heliodoro Muñoz, nos
había hecho un contrato de seis meses a tres jovencitos que pensábamos que nos
comeríamos el mundo, uno de ellos mi amigo Mateu Ramonell, que ahora está en la
tele. Al día siguiente vi a Pedro Serra.
De aquella reunión salí con un ‘aumento’ de 5.000 pesetas al mes a cambio de
publicar cada lunes una ‘entrevista diferente’ con jugadores del Mallorca (sólo
entrevisté a un tal Hassan y a un chileno conocido como ‘Pindinga’) y unas
palabras que no he olvidado y que aportan una visión de quien me las dijo que
no he visto reflejada en las muchas
crónicas que se han escrito sobre él: “Entiéndelos, vienen del Movimiento y
están acostumbrados a obedecer”.
Aquella etapa
del Baleares fue apasionante y la recuerdo acompañada de anécdotas. No sé si
contar (sí, la voy a contar) una que tiene que ver con la manera de vestir que
yo tenía entonces: de negro de los pies a la cabeza. Los primeros números
del nuevo Baleares se gestaban en una
reunión que se celebraba por las mañanas en el sótano de Ultima Hora. Allá se comentaba lo que habían
publicado los demás periódicos y lo que se podía hacer ese día. En una de esas
reuniones, y eso lo sé porque me lo
contaron, se habló algo de mi vestimenta y hasta de la oportunidad de darme
un extra para comprarme ‘un traje’. No hubo necesidad y seguí combinando mis dos americanas de pana
negras con pantalones del mismo color hasta que me cansé. Mi etapa en el
Baleares, el estatal y el privado, fue inolvidable, iniciática, y no puedo menos que recordar a una figura
fundamental de esa época, a Gabriel
Ferret Sobral, ‘Sobral’, mi ácrata de cabecera, un hombre valiente donde los
haya que se encargaba de los editoriales
y escribía artículos de opinión (aún los escribe, ahora en Última Hora) y que,
además, me introdujo en la vida nocturna que, según ha recordado mucha gente
estos días, tan relacionada estuvo con esos años del periodismo. Gracias a
‘Sobral’ conocí a David y a Emi Fernández Miró que, a su vez, también me
descubrieron detalles y vivencias que me
ayudan a llenar esta caja de cosas que abro de vez en cuando.
Estos días se
han publicado muchos artículos. En casi todos, como hago yo en este escrito,
suele recordarse la primera vez que el
autor o autora habló con Pedro Serra o
bien (como gesto de aparente distanciamiento) se inician
con ‘Nunca he hablado con Pedro Serra’. De todos los que se han escrito
hay dos que, en mi opinión, destacan sobre los demás y que, cruzándolos o en
una lectura superpuesta, ayudan a conocerle. Uno es de Javier Mato. Lo publicó
El Mundo y se titula ‘Pere Serra, un hombre imponente’. El otro es de Pedro
Comas, que dejó la dirección de Última Hora en 2014, y se llama ‘Aprendimos a
ser periodistas’. No lo firma como consejero editorial sino como ‘redactor y
director de Última Hora con Pedro Serra’.
Quédense con
esos dos artículos y de ahí escarben,
que es la única manera de ejercer el periodismo, también en esta era absurda de
las redes sociales donde lo que manda es la inmediatez. De todos modos, y ya cierro esta caja de cosas, el mejor
artículo sobre Pedro Serra y lo que ha sido Última Hora lo escribió el propio
Pedro Serra. Es la necrológica que publicó en julio de 1999 tras la muerte de
Paulí Buchens. Se llama ‘Paulí y el Parc de la Mar’.
El artículo alude a la primera vez que Pedro Serra habló con él e incluye el siguiente párrafo que no me
resisto a reproducir: “Recuerdas,
Paulino, cuando nos conocimos. Tú acababas de estrenar la alcaldía de Palma,
convirtiéndote en el alcalde más joven de España. Yo acababa de estrenar mi
presencia en Última Hora. Entonces me sentía un ‘enfant terrible’ y deseaba con mi primer diario en castellano
ser fuerte, independiente e insobornable. El día que, contra todo pronóstico,
fuiste nombrado alcalde, Última Hora te dio un buen varapalo, que yo mismo
escribí, debido a que no nos quisiste ofrecer –con buen criterio político, debo
confesar y lo confieso- una entrevista
en exclusiva. No te enfadaste, más bien me visitaste en los sórdidos sótanos de
mi despacho del Paseo Mallorca donde se imprimía el diario. Allí, creo, empezó
una larga, segura y firme amistad”.
Sobra todo lo
demás que pueda escribirse.