martes, 2 de enero de 2018
El año (será) de la Polka
(Guardo en esta cajadecosas este escrito del último día de 2017 y pensando en la magia de los bares)
Allá fuera, está la pareja que juega al ajedrez. En la esquina de la barra, el periodista que escribe sus artículos en el Iphone. Como aún no ha llegado C, se ha puesto en su sitio. Hay un cartelito con su nombre. Cuando ella está, todo el mundo sabe que es su espacio. Es historiadora del arte, le gusta el cine, plastifica sus historias , a veces las regala, y organiza mercadillos. Pepe, Pepe Marroig, anda contando estos días que el bar ha cumplido cinco años. Es el culpable de todo. Bueno, digo el culpable y debería decir el mago. Ha organizado una especie de viaje en el tiempo. La Polka es el resultado de un hechizo. Ha atraído a gente de épocas distintas que se ha quedado allí como si tal cosa. A Carmina, que entra y sale de barra y lo controla todo (no se le escapa una) la conocí en el colegio. Como a L y a M, y a otras del grupo que aterrizan de vez en cuando, En la terraza, según entras, a la derecha, hay una mesa, que llamamos comunitaria. Se sienta todo el mundo y no hace falta preguntar. Allá se cuentan cosas y se tejen historias donde se mezclan épocas diferentes. Alguna vez está sólo T, que siempre habla de algún libro que dice que está escribiendo. O cuenta que el otro día le robaron la tablet. Hay noches de monólogos y también de conciertos. A la gente le da por bailar y hay listas de canciones con nombres de clientes y clientas que luego escriben cosas por Facebook. La Polka abrió de repente y parece que quiere quedarse. Mira, acaba de entrar la abogada de aquel caso tan famoso que instruyó el juez de la infanta. No, a él aún no le he visto por aquí pero sí a alguna jueza polki. Pepe se empeña en llamarnos polkis y hasta nos lo creemos. Los polkis no se quedan sólo en ese bar, a veces también van en procesión, en grupos de tres o cuatro, a La Posada, que está un poco más arriba. Los bares son santuarios y templos y cuando los nombras convocan a quienes han pasado por ellos. Eso pasa mucho en éste. Por ejemplo, sombras y los espíritus de la Moncloa y el Casablanca asoman algunas noches en La Polka y traen recuerdos y voces de los años ochenta. Si hasta J sigue poniendo cañas en la barra. Lo único que ha cambiado es que ahora pagas en euros y no con pesetas. Puedes retomar con T o con E conversaciones que entonces quedaron inacabadas y empezar otras nuevas. ¿Ves aquel cartel de Moncloa en la pared? Igual empujando el marco de cristal, cede, como sucedía con el espejo de Alicia y puedes pasar a través suyo y llegar a un mundo mágico que reúna todos los momentos del pasado y se enganchen a los de ahora. La conté a C, que también es polki, que la escalera por la que se subía a Moncloa coincidía, décadas atrás, con una de las ventanas del Bar Torres. Quizá esta noche de final de año todos y todas se pongan a bailar la polka en un aquelarre de épocas y lugares. Seguro que A hará mil fotos de ese momento. Viene a ser como el fotógrafo oficial, deja constancia de todo lo que pasa. O de casi todo. En esa mesa de allí se sienta el grupo feminista. Suele aparecer un día concreto de la semana. J celebró su cumple este año. Y también estaba L, que (casi coincidiendo con la apertura, bueno reapertura, porque la cosa viene de atrás) inauguró una librería peluquería de nombre también mágico que está agitando un poco la vida cultural del barrio. Igual que los conciertos en directo. La otra noche, uno terminó con una proclama que aún me ronda: “Viva la clase obrera, viva la música en directo, que los de arriba no entienden nada´´. Lo mejor está por llegar y seguro que este año nuevo será polki. Nos vemos en 2018.
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