Encontré el otro día un
recibo de prestaciones por desempleo del Ministerio de Trabajo correspondiente
al mes de junio de 1984. Un impreso que agotaba los 90 días de paro que me
correspondieron después de mi primer contrato de trabajo: seis meses en el diario
Baleares, cuando lo editaba un organismo estatal llamado Medios de Comunicación Social
del Estado que había heredado, para su posterior liquidación, la cadena del
periódicos “del Movimiento”. El Baleares, el diario Alerta de Santander y
el diario Pueblo, el periódico de los sindicatos franquistas, fueron los
últimos que salieron a la calle con el patrocinio del Estado.
Fue el 17 de mayo de aquel mismo año. Ese día, el titular de apertura
del periódico, acompañado de un editorial titulado ‘Hasta pronto’, era
‘Empresarios mallorquines compraron Baleares’. Un antetítulo precisaba que los
compradores estaban “relacionados con Ultima Hora”.
Cuando salió a la calle
ese ejemplar, todavía me quedaba un mes
de paro. Visto con la perspectiva de 31 años después, la cantidad mensual por desempleo,
parece astronómica y por eso la he
tenido que mirar varias veces: 89.160
pesetas de entonces, que equivalen a 535,86 euros de hoy. Eso quiere decir que,
con mi primer contrato de seis meses, de septiembre de 1983 y a punto de
cumplir 22 años, cobraba aproximadamente
lo mismo que algunos primeros sueldos que se pagan hoy. Es lo que tiene empezar por arriba, o con un sueldo 'alto'. Que luego, vas descendiendo.
Mateo Ramonell, ahora en RTVE, al que he seguido viendo;
Manuel García Vilches –del que ya no he vuelto a saber nada- y yo mismo fuimos,
en septiembre de 1983, los últimos contratados por la sociedad estatal de
periódicos cuando ya estaba en liquidación. Ignorábamos entonces que asistíamos
al final de una época.
El director del ‘Baleares’
se llamaba Heliodoro Muñoz y había aparecido hacía unos meses por Mallorca
después del triunfo del PSOE
en las elecciones del año anterior que llevaron a Felipe González a
la presidencia del Gobierno. Entonces, a los directores del Baleares los
nombraban desde Madrid. Heliodoro Muñoz
no se fiaba de nadie, ni de quienes sobrevivían de la ‘época del
Movimiento’ ni de los ‘comunistas’ que, poco a poco, habían ido incorporándose a la redacción.
Supongo que por eso se fijó en mi. Por eso y porque se había encontrado en el cajón de su mesa con unas cuartillas
mías escritas a máquina que habían sobrevivido allí al paso de sus antecesores. Aquel director tenía poco margen, el
periódico estaba en fase de liquidación, y la única opción que le quedaba eran contrataciones temporales que no llegaran a
consolidarse cuando el diario saliera a subasta.
En el Baleares
de entonces convivían varias
generaciones, varias ideologías y cada cuál tenía un proyecto de cómo debía ser
el futuro. Dos años antes, el director, también nombrado ‘desde Madrid’, era otro. Se llamaba Pedro Ignacio González y recuerdo que me encargó una serie de
reportajes sobre ‘el Gran i General Consell’ ,
que era el referente medieval en que se miraba el ente preautonómico. Yo
estoy convencido de que cuando me encargó esos reportajes también él quería
saber de qué iba todo aquello. La redacción y los talleres del periódico se habían trasladado en
1981 del centro de Palma a un polígono
de empresas, el de Son Castelló, y ahí le llevaba yo mis
folios escritos a máquina. El los leía delante de mí en su despacho y me
insistía en la importancia de ‘la percha con la actualidad’, que era lo que
justificaba que una historia tan alejada
en el tiempo pudiera publicarse en un diario local. Era yo entonces un colaborador ocasional que había empezado como ‘recomendado’
del jefe de Deportes, Lorenzo Ripoll, y
no fue hasta que llegó Heliodoro Muñoz, -un maestro rural que había trabajado
en la agencia estatal de noticias y que sustituía a Pablo Llull, histórico del periódico, que también ocupó brevemente la dirección- cuando me incorporé al diario.
Cada uno (digo cada uno porque creo que sólo había una mujer periodista, Elena Checa) iba a su bola; unos no se hablaban con otros y en la redacción convivían los dos mundos lampedusianos, el que se desmoronaba y el que nacía. Heliodoro me llamaba de vez en cuando y hasta me encargaba que escribiera algunos editoriales, además de otras tareas que no quería hacer nadie más. Algunos veteranos nos miraban con suspicacia a los recién llegados y recuerdo cómo un periodista me dijo que tenía que explicarle exactamente qué estaba haciendo yo pues él formaba parte del comité de empresa, que para entonces exploraba la posibilidad de crear una cooperativa para que el periódico siguiera publicándose cuando lo dejara el Estado, y tenía que estar al tanto de los contratos. No era para menos. Todo el personal del periódico tenía opción a trabajar para la Administración cuando la empresa estatal se liquidase. Quien se quedará con el Baleares se lo quedaría sin personal y libre de cargas. Nuestro contrato ya había vencido cuando el 17 de mayo de 1984 salió a la calle el último Baleares estatal pero todavía colaboraba. El director me había encargado incluso el especial que resumía la historia del periódico, desde 1939 hasta entonces.
Cada uno (digo cada uno porque creo que sólo había una mujer periodista, Elena Checa) iba a su bola; unos no se hablaban con otros y en la redacción convivían los dos mundos lampedusianos, el que se desmoronaba y el que nacía. Heliodoro me llamaba de vez en cuando y hasta me encargaba que escribiera algunos editoriales, además de otras tareas que no quería hacer nadie más. Algunos veteranos nos miraban con suspicacia a los recién llegados y recuerdo cómo un periodista me dijo que tenía que explicarle exactamente qué estaba haciendo yo pues él formaba parte del comité de empresa, que para entonces exploraba la posibilidad de crear una cooperativa para que el periódico siguiera publicándose cuando lo dejara el Estado, y tenía que estar al tanto de los contratos. No era para menos. Todo el personal del periódico tenía opción a trabajar para la Administración cuando la empresa estatal se liquidase. Quien se quedará con el Baleares se lo quedaría sin personal y libre de cargas. Nuestro contrato ya había vencido cuando el 17 de mayo de 1984 salió a la calle el último Baleares estatal pero todavía colaboraba. El director me había encargado incluso el especial que resumía la historia del periódico, desde 1939 hasta entonces.
“La sucinta historia que narramos en estas páginas –escribía
Heliodoro Muñoz en la portada de aquel monográfico que se publicó el 26 de
febrero de 1984- no ha de entenderse como crítica de una época superada, ni de
las sucesivas etapas durante las cuales ‘Baleares’ fue recorriendo el devenir
de España y el quehacer cotidiano del archipiélago”. Y añadía: “Un hombre
joven, que vivió la mitad de su vida en la era del general Franco y la otra en
la democracia la ha construido a matacaballo, como en periodismo se hacen todas
las cosas. Y desde la atalaya de su supuesta objetividad ha oteado el pasado
con mirada limpia de prejuicios y el catalejo de compresión al contexto del
tiempo que fue configurando el periódico”.
Supongo que a algo así se refería Hegel cuando aludió al ‘deseo de reconocimiento’ que hoy tiene en los ‘tuits’ y en las redes sociales una forma práctica de
exhibirse y multiplicarse.
Aquel suplemento aún
enrareció más el ambiente. Hubo periodistas que se negaron a participar,
redactores que no quisieron escribir disconformes con el proceso de
adjudicación que se había puesto en marcha y
veteranos de la ‘vieja guardia’ que no daban por inminente la muerte del diario y que cuestionaron, incluso, el
orden en que se publicaban los artículos. En realidad, dos o tres periodistas,
entre ellos Pablo Llull y Jaime Jiménez,
estaban al tanto del trasfondo de la negociación e intuían cómo iba a acabar
todo. Jaime, aquellos días, bromeaba mucho y su frase favorita era decir "Estamos subastados". Hasta que llegó el día definitivo.
(...)
(...)
‘Baleares no ha muerto’ fue
el titular del 22 de mayo de 1984, después de cuatro días de ausencia de los
quioscos. Lo editaba Premsa Nova SA y llevaba en su primera página un artículo
editorial titulado ‘El nuevo Baleares libre’
(....)
Meses atrás, concretamente el 17 de diciembre de
1982, había tomado posesión de su cargo el nuevo gobernador civil de la provincia, el primero que nombraba en las islas el gobierno
socialista. Se llamaba Carlos Martín
Plasencia. Era leonés, un abogado de 36 años que en 1979 había acudido a la
sede del PSOE, en la calle Santa Engracia de Madrid, para ofrecerse como
economista. Habló con un mallorquín Emilio Alonso, entonces responsable de
Finanzas del partido y pronto congeniaron. De hecho su influencia fue decisiva
en 1982 para aquel nombramiento. El
mismo día de su toma de posesión, visitó la sede del periódico. Heliodoro Muñoz
llegaría en abril del año siguiente. Y, con él, mi primer contrato. Guardado queda en esta caja de cosas.
(...)