Estoy convencido de que el 24 de julio de 2013, el día que viajé a Boquiñeni, me atrapó algo muy parecido a un bucle temporal que provocó una alteración en el espacio tiempo y deduzco que ahora habito en un universo paralelo, de los muchos posibles, que no es el mismo que dejé. Para entendernos: ‘Regreso al futuro II’ lo explica más o menos.
Esta no es una anotación como otras que ido guardando hasta ahora en esta ‘Caja de cosas’. Esta es una reflexión desde lo que yo creía un paréntesis en el que habitan letras minúsculas y juguetonas; como la ‘s’ en la que nunca sabes si vienes o vas, la ‘m’, que es como una montaña rusa o la ‘t’, sobre la que te puedes sentar y apoyar cómodamente la espalda mientras sacas la cabeza para ver lo que pasa fuera.
A la mínima que puedo, cada año por estas fechas, viajo en busca del tiempo perdido. Como escribió una vez Tomeu, mi Combray se llama Boquiñeni, pueblo aragonés de la ribera alta del Ebro que no tiene nada de especial, salvo que puede ser todo aquello que uno (o una) quiera que sea. Lo puedes llenar con lo que quieras y te puedes aburrir mortalmente o crearte un mundo propio en el que cualquier gesto o palabra te trae el recuerdo de otros o te prepara para nuevos descubrimientos. Cada año remuevo el tiempo pero temo que, esta vez, se me ha ido la mano y se ha producido una paradoja temporal con tantas idas y venidas adelante y atrás.
Muchas veces he dado la murga con mi afición por los viajes en el tiempo y quién sabe si la avería del avión que debía llevarnos a mi madre y a mí a Barcelona el 24 de julio de 2013 alteró el correcto discurrir del espacio-tiempo. La suspensión de aquel vuelo impidió conectar con el Ave a Zaragoza previsto para las 11 de la mañana. Llegamos tarde y hubo que coger un nuevo billete. Era mi primer viaje en Ave y todo sucedió el mismo día en que descarriló un tren de alta velocidad en Galicia. Aquel día, para más señas, Munar entró en la cárcel y su vida cambió. Demasiadas circunstancias cambiantes como para no relacionarlo todo con una alteración en el espacio tiempo.
Algo sucedió el 24 de julio de 2013, que modificó el devenir de los acontecimientos. Algunas consecuencias son de trascendencia pública, como que Bárcenas desapareciera de las portadas de los periódicos ante la tragedia de Galicia o que los medios locales tuvieran que informar, a la vez, de la suerte de Munar y del incendio en la Trapa, que se coló en los telediarios y en los medios de difusión estatal y también en el Heraldo y El Periódico de Aragón. Otras consecuencias son de ámbito privado, como que mi madre se fracturara un pie, ya de regreso, y que eso me haya llevado a ocupaciones que no habría tenido de haber vuelto al universo del que partí y no a uno alternativo.
Empezando a asomar la cabeza tras haber vivido encerrado en un paréntesis, los matices y claroscuros del periodismo son más que evidentes. Tanto en lo que cuentan los periódicos como en quienes los hacen. Anoto una novedad¸ que Pep María Aguiló (escritor de breverías y pequeñas historias que crecen mientras se van leyendo) publica ahora en DM. Tampoco eso era así cuando me metí en un paréntesis desde el que tuve ocasión de saludar a Cecilia, la ‘restauradora’ del Ecce Homo de Borja, convertida en estrella mediática.
Tengo bastante claro que el periódico al que regresaré en unos dìas no será el mismo del que me fui y que quienes nos dedicamos a esto del periodismo lloramos mucho pero, laboralmente, somos la mano de obra obediente que más interesa a un empresario en estos días de temores insuflados. Todo arranca (al menos eso era así antes de los acontecimientos que cambiaron su rumbo el 24 de julio) con la la obviedad esa convertida en una suerte de seña identitaria de que la profesión de periodista no es una profesión como las demás. Naturalmente que no lo es. Tampoco la de agricultor es una profesión como las demás. Del mismo modo que tampoco un electricista o un estibador portuario tienen una profesión como las demás. Ni la abogacía ni la medicina ni la enfermería son profesiones como las demás. Pero sólo quien se dedica al periodismo convierte una obviedad en un elemento trascendente. Desde el paréntesis se distingue claramente el error. Leyendo una monumental biografía de Goebbels, que he combinado con ‘Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes’ de George Bernard Shaw, me doy cuenta de que si Hitler volviera hoy, la mayoría social reaccionaría como en la época de la Alemania nazi: mirando para otro lado. La gran diferencia es que, de vez en cuando, podríamos lanzar twits o mensajes de Facebook a las redes. La movilización de la época actual se ejerce, más que nada, a través de los dedos de la mano y ante una pantalla del ordenador. Agrupémonos todos en la tecla final.
En fin: llegado a este punto me temo que ya estoy más fuera que dentro del paréntesis. Sólo me queda prometer de forma solemne que seguiré buscando otros, sorteando de la manera que sea, el resto de palabras desagradables, números, mayúsculas (sobre todo si se unen para formar siglas, que son las palabras más molestas) o frases hechas que me vaya encontrando por ahí hasta hallar acomodo en un nuevo paréntesis. Y fin del rollo (o más o menos)