Aunque la tarde anterior haya diluviado, el viento te haya dejado el paraguas del revés un par de veces o el frío te haya impedido sacar las manos de los bolsillos, incluso para decir basta, siempre hay una mañana después. Una mañana que puede ser viernes (o sábado) y preludio de un día soleado que te ayuda a ver las cosas de otra manera. Cuando ya nada nos queda personalmente exaltante (Celaya), o te vas haciendo mayor, tiendes a fijarte en las pequeñas cosas (amanece y hace sol, las aguas vuelven a su cauce) y decides verlo todo como si fueran metáforas, a ser posible de buenos augurios. Pasa un coche a todo gas, levanta el agua del charco y no te moja. Buena señal, te dices. Toda una metáfora. Hace ya algún tiempo (posiblemente desde antes de que empezara 2013) que me ha dado por coleccionar las metáforas con las que me tropiezo por la calle. Han dejado de interesarme asuntos que antes me ocupaban (posiblemente eso es una metáfora de algo) y he aprendido a ignorar a quienes nada me aportan (supongo que también eso es otra metáfora). Como una hormiguita, recojo todo lo que veo por ahí y lo guardo por si un día me hace falta. Por ejemplo, para acabar este ‘Arcoiris’. Las metáforas nunca fallan.
(Ultima Hora, 26 de enero)