martes, 12 de abril de 2016

Profesores que leían el periódico

Hay momentos, gestos, actitudes y personas que te marcan para acompañarte toda tu vida sin saber exactamente por qué. Los hermanos Duran, por ejemplo. Xisco y Miquel Duran Pastor (el primero murió hace ya algunos años; el segundo, este 10 de abril de 2016) tenían algo en común: la música clásica y la lectura de periódicos. Si de aquel grupo --digamos heterodoxo-- que, en los años setenta, pasó por sus clases del colegio San Luis Gonzaga de Palma (lo mejor de cada casa, que se decía entonces) salió alguien que se dejara seducir por alguna de aquellas aficiones, habrá que atribuirlo, en parte, a ellos.

Miquel Duran, que para entonces llevaba la asignatura de Historia en BUP, solía llegar a sus clases con los diarios leídos y, encima, hacía bandera de ello. Alguna vez entraba con alguno bajo el brazo, pero su teoría era la siguiente: que había que desconfiar de quienes, de buena mañana, aseguraban que todavía no habían leído el periódico y que se lo reservaban para la tarde. Era muy irónico (para buena parte de quienes le escuchábamos aquellas mañanas, a qué negarlo, un punto de insoportable o pedante). Fingía que no entendía según qué cosas, pero lo hacía pensando en algún añadido a sus clases. Por ejemplo, cuando afirmaba que las discotecas eran como los hipogeos egipcios. O cuando ironizaba sobre conversaciones que decía haber oído por la calle. ‘Me encuentro a gente que me dice vamos a galerías y resulta que no van a ninguna exposición ni nada parecido, van a Galerías Preciados’, soltaba. Y, entonces, hacía un gesto de complicidad consigo mismo y miraba al fondo del aula por si habíamos captado la ironía.
Su hermano, ‘el señor Francisco’ (él era ‘el señor Duran’, o Miguel Durán, así en castellano), no llevaba una asignatura en concreto cuando leía el periódico . Llenaba unos tiempos muertos, de una hora, que eran de ‘estudio’ o ‘repaso’. Llegaba con el diario, lo abría, lo ponía sobre la mesa y se enfrascaba en sus páginas. Recuerdo una Ultima Hora, que entonces salía también por la tarde, con el resultado de las presidenciales de  Estados Unidos. Un chico puertorriqueño, creo que se apellidaba Lastra, estiraba el cuello desde su asiento para tratar de leer el titular. Francisco Duran le dijo: ‘Sencillamente, que ha ganado Carter’. Él respondió ‘Yo iba con el  otro’. Y Duran, Francisco, se limitó a comentar: ‘ No era electo’. Se refería a que Ford había sustituido a Nixon como vicepresidente tras el Watergate y que Carter sí había pasado por las urnas. Y así, con ese ‘no era electo’, te enterabas del sistema electoral americano mucho antes de que ese asunto formara parte de alguna asignatura  si es que,  alguna vez, enseñar eso entró en los manuales de estudio. Quizá, instigar la curiosidad sea la única manera de hacerte aprender algo, aunque sea fuera del guión. Como aquella vez que se presentó con Carmina Burana y un tocadiscos prehistórico. Y Dios me libre de idealizar demasiado el sistema educativo del franquismo agonizante o de los primeros años de democracia. Sólo puedo agradecer, eso sí, no haber ido a un colegio de curas, pese a que llegara a ver cosas que hoy serían sancionables, como pegar chicles en el cabello o dar bofetadas con las dos manos. Pero, como todo tiene momentos buenos, a veces, surgía algo interesante: las clases de los Duran, por ejemplo.
Supongo que ver pasear a los hermanos Duran con sus periódicos me ayudó a querer a los diarios de papel. El primero que recuerdo haber comprado es una Ultima Hora del día que se murió Franco, el 20 de noviembre de 1975. 'Arias lloró’,  se veía en aquella portada que retengo.
Hace alguna semanas, la última vez que me crucé con Miguel Durán por la calle, también me habló de periódicos. Apenas sin voz, apoyándose medio cuerpo en un bastón, y como si  hubiera salido de casa sin avisar, me contó que ya sólo leía los diarios italianos y que intentaba llegar a una papelería de Jaume III por ver si tenía el que buscaba. Había dejado de interesarse por los periódicos españoles, me dijo. Y  con menos fuerza de lo que era habitual en él las veces que me lo he encontrado muchos años por la calle, se llevó una mano a la frente, que era su gesto habitual cuando quería mostrar asombro por la actualidad. Se despidió amablemente y no le volví a ver más.

Miquel Duran publicó en diciembre de 2013 una suerte de Memorias, Girant l’ullada cap enrere (Coc 33, Serveis Editorials, SL), un libro que iba más en el estilo de los aforismos que en el de una autobiografía al uso. Me contó que escribir así, sin orden ni concierto y dejándose llevar por los pequeños momentos, como si fueran aforismos, era algo que había aprendido de Tòfol Serra, otro de esos profesores que te cambian la vida gracias a su personalidad arrebatadora y fuera de lo común.
En su último libro, Duran incluye momentos que nunca nos hubiera contado en sus clases de San Luis, cuando se enfundaba su traje de las ironías. Por ejemplo, que jamás pudo olvidar la muerte de una hija de un año después de que su padre y su hermano no pudieran hacerse con un depósito de oxígeno en la Cruz Roja porque ‘salieron de casa desesperados sin coger la cartera” (página, 120). Si eso no es desencanto indignado  y crítica social,  es que seguramente aún no se ha inventado.
El final de Girant l’ullada... es Duran en estado puro. Aventuraba que como era muy posible que el tiempo que quedaba  ‘ya no sea de poesía’, sólo cabía esperar un ‘Götterdämerung’, el wagneriano ocaso de los dioses. Quedo a la espera. E intentaré contarlo.

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