miércoles, 28 de mayo de 2014

Desde el otro lado de la urna (y una mirada a los medios)

Participar en ese momento preciso en que se cantan los nombres de las papeletas que van saliendo de una urna es como ver por primera vez una rotativa de periódico en pleno funcionamiento.  Sabes que estás participando en el nacimiento de algo;  sabes que cuando el acta de la mesa electoral  esté redactada, y firmada,  será cómo cuando coges el primer ejemplar del periódico y miras la portada. Entonces pensarás en todo lo que ha pasado antes de llegar a ese momento y recordarás los buenos y los malos momentos del proceso previo.
    El 25 de mayo de 2014  estuve de vocal  electoral en una de las mesas de votación de Palma.  Mucho de lo que vi me llamó la atención.  Si  a veces -- desde los periódicos y sabiendo cómo funcionan--  nos preguntamos   cómo es posible que  al día siguiente pueda haber  un ejemplar  en la calle con una información más o menos precisa, participando en una mesa electoral y en una jornada completa de votaciones, te haces una pregunta aún más trascendente: cómo es posible que  el sistema funcione y que  al día siguiente haya resultados después de haber tenido  en nuestras manos  la gestión temporal de las papeletas de votación.  Gente de la calle, sin haber sido instruida previamente, tiene (tenemos)  que intervenir en procesos capitales y hasta tomar decisiones.                     
  A veces ves cosas que si te las contaran no las creerías: como la llegada de sobres que, te dicen, contienen otros sobres con el voto por correo. Un funcionario o funcionaria del servicio postal se acerca a las mesas, te da los sobres y hace firmar unos recibís. ¿Y qué haces tú con todo ese material sensible hasta que, una vez concluida la votación, tienes que introducirlo  en la urna? No existen urnas de custodia previa  ni cajas selladas ni nada parecido. En mi mesa se decidió dejarlos bajo la urna hasta el momento en que hubiera que introducirlos con los demás.  Y confiar en que ninguno se perdiera por el camino o quedase traspapelado.
  Lo de las cabinas y la privacidad del voto también te permite hacer dudar de cómo es posible que el sistema pueda llegar a funcionar. A veces llega algún apoderado  de un partido raro (de esos que no salen en el guión y que no son ni PP ni PSOE  ni siquiera Izquierda Unida) y pregunta por qué sólo  hay  papeletas de los grandes en las cabinas. La normativa es clara: o todas o ninguna. Cuando los casilleros de los cabinas no bastan, todas las papeletas (y sobres vacíos) van una mesa anexa. La gente mira las papeletas con ojos escrutadores a su espalda.  Ojos que ven perfectamente lo que votas y  tú, si eres quien está eligiendo papeleta,  sabes que te están viendo. A veces los apoderados  de los partidos, si saben  qué votantes están afiliados, no les dejan hasta que han  cogido la opción  ‘conveniente’. Incluso una apoderada del PP me vino a preguntar si ya habían votado algunas personas que estaban en el censo. Y me leyó los nombres para que lo comprobara. Entiendo que luego les llamó por teléfono o les mandó un mensaje para que se acercaran al colegio electoral. No le hicieron mucho caso. El domingo se quedó en casa más gente del PP que lo que es habitual.
  Ante la mesa de la urna llega  gente que no sabe cómo se vota, que viene sin sobre ni papeleta y se limita a enseñarte el DNI pensando que con eso basta  Conté al menos tres que entendían que en eso consistía votar:  en  pasar por delante de la urna y enseñar algún documento acreditativo.
 Yo ya se que, en estos momentos, estoy haciendo lo mismo que aquel periodista que llegó a Barcelona para   dirigir un   periódico y  que su primera decisión, después de un paseo previo,  fue encargar un reportaje sobre lo animadas que estaban las Ramblas en Barcelona Quien se dedica al periodismo tiende a pensar que hasta que no lo has contado por primera vez,  nunca ha pasado nada antes. Que el mundo no empieza hasta que tú lo cuentas, vamos. Supongo que, por eso, estoy escribiendo de una jornada electoral vista desde el otro lado de la urna.   Por eso, y porque a la vista de los resultados del domingo , también hay que constatar los fallos garrafales que han cometido los medios. Desde dar por hecho que habría más abstención que nunca porque 'estas elecciones no interesan a nadie' a no captar hacia qué  lado iba a canalizarse el hartazgo al sistema.
    Un sistema que no es un ente abstracto. El sistema no son sólo los partidos políticos, las instituciones o los bancos. El sistema no es sólo la maquinaria electoral que marca un día de elecciones. Ni esos funcionarios llamados representantes de la Administración que  se mueven entre las mesas para enviar resultados y que presencian, con la indiferencia que proporciona 37 años de urnas, todos los puntos débiles de la jornada. El sistema no sólo es eso. El sistema son también los medios de comunicación. Los públicos, pero también los privados.  

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